Michael Haneke, ídolo del sector cárnico

Oscar
También lo tiene en la estantería (A.V.D.)

1 de Junio.-  Michael Haneke es un señor que, en las fotos, aparece mayormente serio.

No creo que se deba aque es un hombre talludito ya, desilusionado del mundo, del diablo y de la carne, sino que más bien tengo para mí que Herr Haneke ya era así cuando era pequeño. O sea, que ni siquiera de niño tuvo que ser la alegría de la huerta (el angelico).

Haneke llega a los bits de Viena Directo un poquito tarde porque con su película Amour –un drama ¡Hala, venga, que no decaiga!- ha ganado la palma de oro del festival favorito de los charcuteros: no en vano es el de Cannes (este es un chiste que creo que le va a hacer sólo gracia a mi hermano, pero en fin).

A pesar de que vio la luz de este mundo que ha sabido retratar tan descarnadamente en la ciudad bávara de Munich, Michael Haneke es austriaco de nación (también es cuestionable hasta qué punto Munich y Baviera en general no tendrían que pertenecer a Austria por las innegables afinidades culturales y de pensamiento que existen entre estos dos territorios, pero ese es un berenjenal en el que no quiero meterme).

Haneke, y volvemos a él, es hijo de un director de cine alemán que se llamó Fritz Haneke y de la actriz austriaca Beatrix von Degenschild.

Los señores de Haneke se dijeron ahí te pudras cuando Michael era niño, por lo cual, el profusamente condecorado director creció en casa de sus abuelos, en el campo, en la bonita localidad de Wiener Neustadt (o Villa Nueva de Viena, cercana a la capital de los Valses).

Ya de joven, Haneke asistió a la Universidad de Viena, en donde estudió filosofía, psicología y drama (el hombre no estaba precisamente destinado a hacerle la competencia a Woody Allen).

Antes de haber iniciar sus estudios, Michael Haneke había tenido ocasión de darse un trompazo contra el duro hormigón de la realidad al fracasar en precoces intentos en el campo de la actuación y de la música.

Entre 1967 y 1970, Haneke trabajó en la televisión alemana, principalmente como guionista y pronto encaró también la dirección teatral en los principales coliseos de habla alemana dedicados al arte de Tespis. Demostrando también en esto que no hubiera sabido que hacer ni con Quique Camoiras (q.e.p.d.) ni con Lina Morgan, porque el fuerte de Haneke pronto se rebeló que era explicarle al personal que este mundo es un truño. Eligió para sus esfuerzos obras de autores tan cascabeleros como él: Strindberg (tiene una obra que se llama Danza Macabra y hasta ahí puedo leer), Goethe y Heinrich von Kleist.

Como cineasta, empezó relativamente tarde, en 1989 (a los cuarenta y siete años de su edad) con una película llamada El Séptimo Continente, después vino la polémica El video de Benny pero, cuando ya hizo que los críticos rugieran de placer fue con La Pianista, sobre una obra de la también austriaca y no menos chispeante Elfriede Jelinek (esa mujer que se parece tanto y tanto a Tamara, la mala).

Luego vinieron Caché y La Cinta Blanca (Das Weisse Band) una cinta, en opinión de este humilde cronista, enormemente sobrevalorada. La cinta blanca, precedente inmediato de Amour, la película que nos ocupa, no sólo provocó incontables orgasmos en los críticos que se aburrieron con ella durante dos horas y media (orgasmos durante los cuales reconocieron rasgos de otros sopores más antiguos, como los que les producían las películas de Bergman) sino que también fue del agrado de la Academia de Hollywood, siempre inclinada a premiar todo lo que huela a prestige europeo.

En 2006, por cierto, Haneke hizo incursiones en el campo de la dirección de ópera y ahí, aunque sí que hizo un dramón con fantasma y todo (Don Giovanni) es cierto que hizo un amago de dirigir una comedia (Cosi Fan Tutte) pero claro, no cuenta porque es música clásica.

Desde mediados de los ochenta, existe una señora Haneke, que es la propietaria de un negocio de antigüedades viení. Debe de ser también una señora descacharrante, porque Michael Haneke la describe como “el crítico más duro y riguroso de su trabajo”. Su vida matrimonial tiene que ser la leche.

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