La fascinante historia de la familia Coudenhove-Kalergi (y 3)

31 de Marzo.- Todos los hijos de Mitsuko Aoyama llegaron a ser, en diferentes campos, personas relevantes de su época. Y aún hoy, sus descendientes ocupan puestos prominentes en aquello que, en el famoso chotis, se llamaba “la crema de la intelectualidad”.

Sin embargo, el más destacado de los descendientes de la que fue, hasta la muerte de su marido, la condesa Coudenhove-Kalergi fue su hijo mayor, Richard Nikolaus. Uno de aquellos dos “japoneses”, como se les conocía familiarmente, que ya mencionábamos en las anteriores entregas de esta serie.

Richard Coudenhoven-Kalergi nació en Tokio, el 16 de Noviembre de 1894, y quizá su condición de hombre a caballo entre dos culturas milenarias fue decisiva para que se viese a sí mismo, ante todo, como un ciudadano del mundo. Al nacer, sus padres le llamaron, junto a los nombres europeos, Aijiro, por lo que, en la literatura japonesa, se le conoce también como Aijiro Aoyama.

Ya sabemos las circunstancias que motivaron que, en 1895, cuando Richard Nikolaus contaba un año de edad, sus padres decidieran abandonar Japón y volver a Europa, concretamente a sus posesiones del castillo de Ronsperg, en Bohemia. Allí, el joven Aijiro fue educado por preceptores particulares y por su padre, el diplomático Heinrich Coudenhoven-Kalergi, hasta que este falleció y su madre Mitsuko decidió enviarlo a estudiar a Viena, en donde estudió en el Theresianum y en la Alma Mater Rudolphina, graduándose en Filosofía e Historia.

Coudenhoven-Kallergi era un hombre con una inteligencia fuera de lo común y, en 1916, a los veintiún años de edad, recién casado con la actriz Ida Roland Klausner, se graduó como doctor en filosofía.

Para un hombre como Coudenhoven-Kallergi, la primera guerra mundial constituyó una catástrofe irreparable. Él, que mejor que nadie podía reconocer todo lo que los europeos tenemos en común, tuvo que ver cómo el continente se hundía en un enfrentamiento apocalíptico que precipitó a Europa en la barbarie de los nacionalismos. Al terminar la contienda, adquirió primero la nacionalidad checa y después se hizo ciudadano francés.

Fue la guerra lo que le condujo a la política. En 1923, la evolución de la Europa postbélica, que a él le parecía –y con razón- que sólo podía conducir al continente a un enfrentamiento aún más horrible, le hizo concebir la idea de Pan-Europa o los Estados Unidos de Europa. Una entidad transnacional que abarcaría desde Portugal a Polonia, junto con las colonias africanas de los países europeos. Pan-Europa sería un contrapeso en el equilibrio de poderes a Pan-América (Estados Unidos junto con los países iberoamericanos) y el bloque asiático del mundo. Una idea de bloques que, curiosamente, adaptarían Orwell en su distopia 1984 y que, poco a poco, casi cien años después, se perfila.

A pesar de contar con ilustres valedores, como Thomas Mann, Otto von Habsburg o Konrad Adenauer, la idea de Pan-Europa no logró imponerse.

Con el ascenso del nazismo, el Pan-Europeismo, por razones obvias, fue prohibido y Coudenhoven-Kallergi tuvo que marchar al exilio a los Estados Unidos, en donde dio clases de historia hasta 1946.

En la posguerra mundial, el Pan-Europeismo, germen de la pobre Unión Europea de hoy, cobró un nuevo esplendor. Estaban frescas las heridas de la guerra mundial y hacía falta, supongo, creer en una nueva esperanza que restañase los antiguos rencores para que la barbarie hitleriana no pudiera reproducirse –en el intento, entretanto, nos estamos cubriendo de gloria-.

En 1950, Coudenhoven-Kallergi fue el primer galardonado con el premio Carlomagno, que reconoce los esfuerzos por la unidad europea. Hasta el final de sus días, Coudenhoven-Kallergi no dejó de trabajar por una Europa unida, libre de nacionalismos. En 1955 propuso un primer esbozo de la bandera común, que no consiguió cosechar el consenso necesario al utilizar la cruz cristiana como símbolo central. Más éxito tuvo con el himno europeo. Coudenhoven-Kallergi propuso la Oda a la Alegría de Beethoven (con letra de Schiller) que hoy es el himno de la Unión.

Richard Coudenhoven-Kallergi falleció en Schruns en Vorarlberg en 1972, a los 78 años. Su sobrina Bárbara Coudenhoven-Kallergi fue corresponsal en el este de la ORF durante muchos años y también dirigió el diario Die Presse.

Para leer un artículo de Barbara Coudenhoven-Kallergi, pinchar aquí

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