Hasta el 28 de Agosto, si la memoria no me falla, se representa en la cantera de Sankt Margareten, en Burgenland, la inmortal ópera del maestro italiano.
17 de Agosto.- Una de las cosas más admirables de este pueblo que nos acoge (sin duda fruto de lo canutas que las pasaron después de la última guerra mundial) es la capacidad que tienen para sacarle jugo (utilidad) a las cosas más inhóspitas.
Los austriacos son maestros en poner en práctica aquello de que “si la vida te da limones, haz limonada” y no solo se intercambian constantemente recetas para conservas, mermeladas y jaleas, sino que, a una escala mayor, aquí, cualquier pueblo, a la que tiene cuarto y mitad de atracción turística, le saca partido montando un festival, un Jedermann o cualquier otra cosa con la cual aumentan el valor añadido de lo que la naturaleza (o la Historia) les ha dejado y se sacan unas perrillas que luego invierten en otras cosas.
Uno de estos casos es la bonita localidad marco-incomprable-de-belleza-sin-igual de Sankt Margareten, en Burgenland (a pocos pasos de Mörbisch en donde también, desde los cincuenta, el respetable se deja picar por los mosquitos lacustres mientras escucha lo más granado de la opereta centroeuropea). Los romanos, que conocieron esta región bajo el nombre de Panonia, encontraron que la piedra de Sankt Margareten era fetén para, por ejemplo, construir la ciudad de Carnuntum (lugar en donde falleció Marco Aurelio, el pobre) y explotaron una cantera. Cuando una cantera se abandona, lo que queda es un agujero a cielo abierto. Con sus riscos y tal, pero vamos, una cosa bastante triste.
Pues bien: hace diecisiete años, las autoridades municipales de Sankt Margareten decidieron que ya valía de tener aquella parte del municipio hecha una catedral satánica y se sacaron de la manga, previo acondicionamiento con sillas y bares, un festival de ópera al aire libre. Y desde entonces, todos los años se representa una ópera (del repertorio belcantista, que es lo que le gusta más a las señoras de una cierta edad) y, como dijo aquella, poniendo todo el corazón en el asador.
Para amortizar el gasto, en semana santa, aprovechando que la piedra desnuda invita al recogimiento, se monta un calvario y todo el mundo tan feliz (bueno, no: tan edificado).
Los montajes de Sankt Margareten son espectaculares en el sentido que Jose Luis Moreno, el nunca suficientemente valorado “chouman” español da al adjetivo espectacular. Tiene que ser así, porque la viabilidad económica de la ópera al aire libre de Sankt Margareten depende de que las abuelas se lo pasen bien y el IMSERSO mande autocares llenos de turistas (equipados con mantita) desde todos los puntos de Austria o desde la cercana Hungría.
Ayer, estuve viendo, en compañía de público tan agradecido, una Bohéme de Puccini que no tenía nada que envidiarle a la de la Staatsoper de la Ringstrasse. Es más, se pudo permitir algunas cosas que en el respetable coliseo construido con Van der Null y Sicard von Sicardsburg no hubieran sido posibles. Por ejemplo, unos fuegos de artificio que subrayaron el final del segundo acto.
Por lo demás, la ópera estuvo totalmente en su punto. Nuestra Mimí (Marianne Fiset) cantó con una gran elegancia –en Sank Margareten ha cantado Elina Garanca, que no es ninguna mindundi, eh? Un poquito de por favor- y nuestro Rodolfo, el kosovar Merunas Vitulskis, estuvo, para mi gusto, un pelín frío pero sin duda también muy correcto. Puccini hizo su trabajo (nada puede salir mal si se tiene a Puccini del lado de uno) y, durante tres horas y pico –pausa de por medio con champán amenizado por acordeonistas- volvimos a creer que los amores eternos existen.
Aquí, por cierto, unas imágenes
El año que viene, Aida.
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