3640 Euros con 40 céntimos

escultor¿Tú eres también de los que piensan que las tradiciones, en algún momento, pueden romperse si la evolución de los tiempos así lo aconseja?

21 de Abril.- Tengo que reconocer que soy un gran amante de los museos vieneses y, entre todos ellos, el que prefiero sin ninguna duda es el Kunsthistorisches o Museo de Historia del Arte (para entendernos, El Prado de Viena).

Mensajes para el futuro

Los retratos, me fascinan. No lo puedo evitar y, cuando paseo por las salas de este templo en donde los fotógrafos podemos aprender tanto y tanto sobre tantas materias (composición, maneras de presentar a los modelos, etcétera) me detengo especialmente delante de los retratos de gente anónima y siempre pienso lo mismo: en una época en que la fotografía no existía y la mayoría de la gente pasaba hambre, había que estar realmente majara o ser muy vanidoso (o muy rico) para ahorrar lo suficiente para encargar a un artista que perpetuase la imagen de uno.

Y es que, el que los descendientes de uno pudieran hacerse una idea de la pinta aproximada que uno había tenido en vida era un lujo al alcance de unos pocos. Y por esa escasez inherente a lo fabulosamente caros que eran los retratos, resulta enormemente interesante fijarse en cómo las personas eligieron ser perpetuadas. Qué trajes se pusieron para retratarse, con qué peinados, con qué posesiones preciadas (y esposas e hijos cuentan en muchos casos en este capítulo). Los retratos, en este sentido, eran una auténtica declaración de intenciones. Una manera de decir: “eternidad, aquí estoy yo y este es el mensaje que quiero mandarle al futuro”.

La pérdida de importancia de los retratos

Cuando el francés Daguerre inventó lo que, más tarde, sería la fotografía, el retrato empezó a perder esa fascinación que le otorgaba ser el único hilo que unía a los retratados con la posteridad. Desde mediados del siglo XIX se produjo una auténtica explosión demográfica en ese territorio del arte que podríamos llamar el país inmóvil de los retratados. Después, en los años veinte del pasado siglo, las cámaras empezaron a ser un objeto de consumo y, aunque aún en mi infancia las fotos tenían algo de sagrado –en realidad, tengo muchísimas menos de cuando yo era niño que los cientos o miles que existen, por ejemplo, de mi sobrina-, los móviles le han quitado a los retratos el último resto de importancia que tenían.

Retratos de políticos

¿Es así? No en todas partes. Fruto de este pasado sagrado de las efigies pintadas quedan aún reductos. Por ejemplo, la política. En España, en Austria también, existe la tradición de que, cuando un ministro abandona el cargo, se encarga un retrato de esta persona para colgarlo en una galería de honor del ministerio correspondiente. Haya desempeñado el ministro su cargo muy bien o haya quedado como dicen que Cagancho quedó en Almagro.

No puede ser cualquier retrato, por supuesto. Tiene que ser una pintura en la que el ministro quede reflejado en pose lo más augusta posible, para recordación de las generaciones venideras ¿Vale una foto? Preguntan los más ahorrativos y los responsables del protocolo les responden que no, levantando la nariz. Una foto es una cosa impresa en cartulina ¡Puag! Tiene que ser un retrato en lienzo. Y aquí, en este terreno en donde habita la polilla de la tradición más insensata, no importa que haya habido dioses de los diafragmas como un Richard Avedon o una Annie Leibovitz, los cuales sin duda son mejores retratistas que cualquier pintor funcionarial.

Esta reflexión viene a cuento de que Wendelin Mölzer (sí, es su hijo), diputado del FPÖ, ha preguntado al Gobierno austriaco cuánto se han gastado en arte los ministerios de EPR en los últimos cinco años.

La respuesta ha sido que el Ministerio de Infraestructuras (equivalente a Fomento), el de Educación, el de Economía y el de Justicia se han gastado 14000 laureles en retratos de los ministros y ministras que han ocupado las poltronas de esas santas casas. Repartidos así: el retrato de la ministra de justicia, Sra. Maria Berger, ha costado 4400 laureles, el del Sr. Johannes Hans, el cual ocupó el cargo de ministro de justicia solo durante siete semanas, ha costado 6120 laureles –un millón de pelas de cuando yo era niño-; aunque sin duda la decisión más polémica ha sido la de darle 3640.40 Euros al artista que pintó el retrato de la exministra Bandion-Ordner. Polémica por dos motivos: por la calidad muy discutible del resultado (juzguen mis lectores) y porque el pintor fue el señor marido de la señora ministra –la cual tenía entre sus potestades la de elegir quién perpetuaría una imagen, la suya, que no necesitaba ser perpetuada dados los miles de fotos de ella que deben de obrar en el archivo del ministerio-.

Los neos, por cierto, ya han dicho que esta costumbre es una paparrucha y que las tradiciones, por muy tradiciones que sean, también se pueden interrumpir en algún momento, oder? Pues eso.


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