Hace cien años nació en Madrid el filósofo Julián Marías. En unos tiempos difíciles, él mismo decía que su lema era “Por mí, que no quede”.
18 de Junio.- Querida Ainara (*) : el otro día tuve con un amigo una conversación que me ha dado mucho que pensar. Fue una conversación sobre algo a lo que la gente, normamente, tiene miedo de acercarse, porque roza algo muy importante: los motivos por los cuales hacemos las cosas.
Hablábamos mi amigo y yo de esos momentos de desánimo, en donde te preguntas para qué haces determinados esfuerzos.
Por ejemplo, cargar con la cámara a todas horas, o escribir un post diario (a veces los lee mucha gente, a veces los lee menos gente).
Por qué, si no es un trabajo, si no cobramos por ello ( mi amigo acomete otros esfuerzos extraordinarios con unos resultados de gran calidad), si la gente “normal” gasta ese tiempo en tomarse gintonics y espiar a las vecinas en la ducha, si jamás nos haremos famosos como literatos ni como fotógrafos ni como equilibristas del Circo del Sol.
La pregunta la verdad que me dejó muy pensativo y empecé, como siempre hago con las cosas que me intrigan, a rumiar una respuesta que, por lo menos, me dejara satisfecho a medias y me permitiera pensar que, cuando hago Viena Directo y me tomo todo el trabajo para que salga bien, no estoy haciendo el canelo.
Y llegué a la conclusión siguiente: si hay algo que nos une a mis amigos y a mí, aunque, naturalmente, no lo hagamos expreso porque sería de lo más pedante, es un adverbio: MÁS. Tenemos hambre y curiosidad insaciable por las cosas del mundo y, sobre todo, la rebeldía necesaria para buscar más allá de las fronteras que la vida nos ofrece.
Probablemente, sea el resultado de la experiencia de emigrar (o el haber emigrado sea quizá el resultado último de ese hambre que tenemos por conocer más cosas, por hacer cada día mejor lo que ya hacíamos).
Cuando uno emigra, Ainara, cuando uno se encuentra desnudo, en una tierra extraña, sin el idioma en que le parieron, es inevitable encontrarse disminuido y que la gente, con razón te trate como si lo estuvieras.
Uno se siente entonces rodeado por una campana de silencio, solo en la vastedad de un océano de palabras incomprensibles, tiene que luchar cada día para que le entiendan personas que, inconscientemente, piensan que, porque habla mal, porque no utiliza las palabras correctas, le falta un sentido.
Se ve privado de la sofisticación en la expresión, de los matices, del sentido del humor. Quizá sea entonces cuando nace la necesidad de demostrar, ante todo delante de uno mismo, que uno es quizá más que las cuatro palabras que chapurrea, que el acento exótico que uno tiene, que uno proviene de una tradición lingüística o artística que es valiosa y uno se complace entonces en mostrar esa tradición y en buscar la excelencia haciéndolo.
¿Por qué si no hace uno Viena Directo? ¿Por qué se toma uno tanto trabajo todos los días, arreglando fotos, escribiendo textos, montando incluso programas de radio? Muy sencillo: por el mero placer de comprobar que uno es capaz de hacerlo y que es capaz de hacerlo bien.
En la vida, Ainara, es muy importante no perder nunca de vista las cosas que a uno le gustan las cuales, generalmente, son las que a uno se le dan bien. No importa que uno tenga un público de dos, de cien o de diez millones de personas. Con que Viena Directo tuviera un lector diario (gracias a Dios tiene muchísimos más) ya merecería la pena escribir solo para esa persona. Para esto, el cantautor que se deja la vida cada noche en un bar ante cinco clientes borrachuzos es igual de válido (o quizá más, porque le adorna la virtud de la heroicidad) que los Rolling Stones, con sus giras millonarias.
Solo por el placer de hacerlas bien, es como mejor se hacen las cosas y el motivo de más peso para hacerlas.
Besos de tu tío
(*) Ainara es la sobrina del autor
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