Los invitados

Ciento setenta y cinco. Es la cifra mágica. Son los kilómetros que separan Viena de Budapest. O viceversa.

4 de Septiembre.- Era cuestión de tiempo y hoy ha sucedido. Como el Gobierno húngaro ha cerrado la estación de Budapest al tráfico ferroviario internacional, los invitados han decidido ponerse en camino. Ciento setenta y cinco es la cifra. Son los kilómetros de autopista que separan Budapest de Viena.

Naturalmente, la confusión es grande. Primero, no se sabe con certeza para cuánta gente va a haber que preparar cena. Hay gente que dice que nos vienen tresmil a comer y hay gente que dice que no pasan de ochocientos. Luego porque, con las prisas, no sabemos bien dónde vamos a acostar a tanta gente. Ellos dicen que no nos preocupemos, que ya han llamado a la prima Angela y que, aunque la prima Angela tiene un poco de fama de rancia, que ellos están seguros de que les va a preparar dónde dormir porque después de todo a la prima Angela le sobra pasta y sitio. Pero vete a saber. Yo que los invitados no me fiaría mucho.

La salida de Hungría no ha sido fácil y es que el Gobierno húngaro no ha ahorrado en medios para que los invitados se queden a cenar en su casa.

Aunque los invitados, angelicos, no saben bien a qué carta quedarse con respecto a Hungría, esa es la verdad. Primero, dale que no vengas. Que mira, que tengo cita con el podólogo que me tiene que quitar los ojos de pollo. Que hoy me viene fatal, que mira que te pongo el alambre de espino como te pongas pesado. Que si pasas del alambre de espino (y sales vivo) te pongo enfrente a la policía para que te dé porrazos hasta en el paladar. Y luego, cuando los invitados van y consiguen colar por entre las tirolinas (qué siniestro concepto dicho con una palabra que parece como el nombre de un juguete) que oye, que los primos húngaros no les dejan marcharse. Que no tontos, que no os vayáis todavía, que con lo a gusto que estamos, que eso de que la prima Angela está forrada es un cuento, que si ya verás, hombre, lo bien que vamos a pasar ¿Que te mueres de hambre y de sed? Yo es que soy pobre y no te puedo mantener. Pues no haber venido !No te jiba! ¿Que en tu país hay guerra? Claro, si es que con la religión vuestra esa que tenéis, en cuanto no te gusta la cara de alguien pues vas y le cortas la oreja cuando no algo peor. Así, claro, no hay un Dios que conviva. Que es lo que yo digo, que menos mal que somos cristianos. Por cierto, ¿No os he dicho que no tenemos manera de mantener Europa cristiana? ¿Os lo podéis creer? Estamos, como dijo aquella, “autosuicidándonos”…

¿Que te quieres ir a Austria? Venga, en un ratito Cinco minutos y ya. Hala, ya. Ven, mira, esta es la puerta que va a Austria ¿Que tiene un candado muy gordo? ¿Que parece un campo de concentración? Pero qué cosas tenéis, tontorrones…Anda venga, venirse por aquí, caritas de emperaó.

(Menos mal que los invitados vienen de una casa que está manga por hombro y se las saben todas, si no, hubieran terminado en la cárcel o en algún sitio peor).

Como nosotros (ojo al matiz) queremos invitados pero no que se queden mucho rato, que ya se sabe que las visitas son como el pescado, que a los dos días apestan, estamos pensando a marchas forzadas en qué vamos a hacer cuando se terminen el bocadillo que les tenemos preparado. Alguien ha dicho que vayamos a recoger a los invitados a la frontera, o sea, a la puerta de nuestra casa como aquel que dice, y los montemos en autobuses. Y que luego esos autobuses los llevemos a Alemania. Que no pasen frío, que no pasen necesidad (pero sobre todo, que se vayan prontito, que si no luego el Kronen Zeitung se pone a escribir gilipolleces).

No se sabe cómo van a recibir los invitados esta propuesta. Mañana, o pasado, o quizá a principios de la semana que viene, nos enteraremos (echen un cálculo mis lectores: a veinte o treinta kilómetros al día, los tenemos aquí llamando al timbre en un decir amén).


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