El amor en los tiempos de Tinder

ParejaDescubre la tendencia que está revolucionando en Austria el viejísimo arte de conocer gente para llevársela al huerto.

12 de Noviembre.- El Manifiesto Comunista empieza con una frase muy famosa: „Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo“ y, parafraseándola, se podría decir „Un fantasma recorre Austria: el fantasma de Tinder“.

Uno va siempre con las orejas puestas y el radar activado, buscando nuevas corrientes en la sociedad austriaca para llevarlas al blog y si, en algún momento, escribí un post que se llamó „el amor en los tiempos de Facebook“, es justo y necesario que escriba ahora uno que lleve el título del post de hoy.

Tinder es una aplicación para móvil que ha cambiado la manera de conocer gente, sobre todo de los austriacos de una cierta edad.

Para quien sea profano en las artes del „Tinderismo“ quizá haya que explicar su mecanismo, fantásticamente simple -de hecho, en la simplicidad de Tinder radica gran parte de su éxito-.

Usted, persona sola que está cansada de practicar el juego de muñeca y pretende pasar al sexo adulto o, simplemente, persona que quiere darle un poco de alegría a su cuerpo (Macarena) se baja la aplicación. Cuando está cargada en su telefonino listo, la „linka“ usted con su perfil de Facebook y, una vez hecho esto, introduce usted un rango de edad, luego un radio de búsqueda geográfica -lo que, algunos de mis confidentes, usuarios de Tinder, llaman „el radio de la desesperación“- y luego, espera unos segundos. Tinder encontrará los perfiles de usuarios que se encuentren en su zona y que caigan dentro del rango de edad que usted haya suministrado. Luego, le ofrecerá los resultados. Usted verá una foto de una muchacha con un gato de angora, mirará, y luego desplazará la foto hacia la izquierda (y Tinder entenderá que, a usted, dicha muchacha con inclinación hacia los felinos peludos, le chupa un pie), después usted verá a una muchacha que sonríe agradablemente a la cámara y, si por el cuerpo que enseña en la foto y su interés por las plantas carnívoras y las prácticas de tortura en la China medieval, a usted le agrada, desplazará la foto con el pulgar hacia la derecha. Podrá usted repetir la operación cuantas veces quiera. Cuando tenga cayo (Lara) en el dedo de pasar fotos para un lado o para otro, usted podrá ir a los resultados y ponerse en contacto con dichas personas, a ver lo que pasa.

Antes de escribir este post he interrogado a varias personas usuarias de Tinder que han enriquecido notablemente su vida sexual, mediante este procedimiento, pero también, como suele suceder con estas cosas -al fin y al cabo, Tinder no es más que la institucionalización de la cita a ciegas– se han pegado notables morrones al conocer a personas que en foto eran monas pero que, en persona, nada más abrían la boca, eran un auténtico coñazo. Mis confidentes todos, eso sí, lo cuentan con bastante humor y es que, usado con moderación (como todo) Tinder no pasa de ser un jueguecillo galante. Un juego, sin embargo, con un trasfondo mucho menos frívolo de lo que pudiera parecer.

Cuando uno llega a una cierta edad, esa edad en la que el ser humano deja de ir a bares (porque uno se siente viejo en ellos); esa edad, por ejemplo, en la que las chicas han dejado atrás su primera relación larga o ellos se han quedado un poco rezagados en ese arte que consiste en cubrir las metas volantes de la vida (casa en el Waldviertel, hijos, mujer) antes de los treinta y cinco, resulta enormemente complicado conocer gente.

Si uno asume que las relaciones duraderas (o los polvos de una noche, tanto da) surgen de la probabilidad estadística de establecer una serie de contactos, si uno no establece contactos, la probabilidad también decrece. Tinder le da, por tanto, posibilidad a los corazones solitarios de dejar de estarlo, y eso es bueno.

Sin embargo, para lo que no se puede usar Tinder es para intentar conocer al amor de la vida de uno.

Puede surgir, no digo que no, porque en las conversaciones de bar -y eso es Tinder también, un enorme bar virtual- también podemos conocer al amor de nuestra vida -el destino está escrito en las estrellas, al fin y al cabo- pero en Tinder, sospecha uno, juega mucho ese „miedo a estar perdiéndose una oferta mejor“ (en el supermercado de la carne, claro está) y quien conoce a alguien, aunque ese alguien le caiga muy bien, puede ser superado fácilmente porque, al fin y al cabo, la oferta de caritas que desplazar con el pulgar es gigantesca y prácticamente inagotable ¿No hay gente innumerable por ahí, por esos mundos, que están deseando escuchar los violines del amor verdadero?

 

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