¿Disfruta Austria de un buen nivel de Vida? Comparemos, que en la comparación está el punto.
12 de Febrero.- Dejaré para cuando vuelva a Austria el comentario a propósito de Lugner y su candidatura para la presidencia de APR (Aquella Pequeña República). No diré nada sobre ese traje azul de saldo ni sobre la señora Lugner vestida como de actriz porno haciendo de ejecutiva (ese traje pantalón negro, esa blusa blanca, ese rubio de bote, pero del bote más barato, Dios mío…) ni sobre el argumento definitivo e imbatible de Lugner para defender que su campaña electoral (¿?) no será tan viajera como la última vez (Lugner tiene más de ochenta años, tampoco es cosa de que viaje mucho, no se vaya a quedar en alguna curva); dijo que, en la vez anterior, ya se había recorrido todos los bares de Austria y que sabía a dónde había que ir a mear (sic) en todos; con lo cual todos los austriacos le conocían a él -¡Quién no!- y él conocía a todos los austriacos.
No: hoy, en la que será probablemente mi última crónica desde Lausana contaré que hoy, buscando un lugar en donde hubiera internet gratuito, he entrado en un centro comercial. Pequeñujo, la verdad, nada del otro mundo. En estas que, al entrar en el parking, no he podido por menos que descojonarme de la risa al leer: “los primeros diez minutos, gratis” ¡Uau! ¡Los primeros diez minutos! En el resto de Europa, o sea, en la parte civilizada que pertenece a la Unión, una advertencia semejante hubiera resultado cómica y al supermercado que la hubiera puesto se le hubiera caido la cara de vergüenza.
De mis observaciones y de la experiencia, dolorosa para mi bolsillo, que se ha derivado de cada respiración, he llegado a la conclusión de que los suizos (por lo menos los de esta parte del país), a pesar de que, al cambio, ganan el doble que en la Unión, tienen un nivel de vida muchísimo peor, porque tienen un nivel adquisitivo muchísimo menor que el de, por ejemplo (es un ejemplo mío recurrente) los austriacos. Se ve en las casas, se ve en cómo va vestida la gente por la calle (de trapillo, todo de cadenas de confección y no de las más baratas), se ve en los precios insensatos de las cosas, se ve en la cara de estreñimiento crónico que tiene la gente por la calle. Aquí, solo tiene sentido venirse a trabajar (colijo yo) si uno viene, ve, ahorra y luego se marcha –que es lo que han hecho o están haciendo algunos amigos míos que han aceptado ofertas laborales de este lado de la frontera. Por no hablar de que este tipo de pequeños detalles hacen que también la vida sea considerablemente más antipática que en Austria o, incluso, en España, en donde todavía conservamos cierto sentido de la humanidad en lo que respecta a estas cosas. La bajada de los precios (en términos relativos a los sueldos) y, sobre todo, el control de la inflación –que en la Unión Europea es prácticamente insignificante- es una de las cosas que tenemos que agradecerle a la UE y a la moneda común (¿Qué han hecho los romanos por nosotros? Pues cosas como esta, señora).
Porque uno debe de vivir aquí como uno de esos niños de piel de mariposa, que viven como si la realidad estuviese hecha de alambre de espino. Cualquier cosa contra la que uno se roza, puede uno tener la seguridad de que le va a suponer un quebranto para el bolsillo.
Estoy escribiendo este artículo en el último piso de un centro comercial situado en el centro de Lausana. Fuera, cae la nieve de una manera tupida. Probablemente sea una de las pocas cosas gratuitas de las que se pueda disfrutar aquí.
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