Tres superpoderes que ni sospechabas que tenías

SupermanA veces, lo más importante es dar un paso atrás y mirar. Porque quien sabe lo que busca, lo encuentra.

19 de Mayo.- Una de las cosas que yo tengo como bloguero es que trabajo sin red. O sea, que voy absolutamente al día y no tengo ningún post preparado para casos como hoy, en que me he tomado una copa con unos amigos y he llegado a casa a un cuarto de hora de que se cierre la edición (de este blog).

Mientras venía en el tranvía, Wiednerhauptstrasse abajo, pensaba yo „¿Y de qué escribes hoy?“ y, rememorando la conversación que acababa de mantener, trataba yo de encontar un tema que cumpla los requisitos habituales. O sea, que dé para un folio de texto, que sea interesante (por lo menos, que me interese a mí lo suficiente para poder escribirlo) y que sea pertinente.

Mis amigos y yo hemos estado hablando del proceso creativo (en realidad, hemos estado hablando de eso todo el rato) y siempre que, en el proceso creativo, uno se atasca -parecía ser el caso- lo mejor es dar un paso atrás y tratar de ver el problema con perspectiva (¿Qué otra cosa es la creación sino el arte de resolver los problemas que le plantea a uno la materia con la que trabaja?). Encontrar soluciones. Así pues, he dado mentalmente un paso atrás, y me he dado cuenta de que las tres personas que nos sentábamos hoy a la mesa (primero en el exterior y luego en el interior de un confortable local vienés) teníamos en común que, llevábamos una vida austriaca y, al márgen una vida „española“ mucho más interesante (!Ah, el viejo tema del inmigrante como Supermán!). Y de ahí he pasado a pensar que, como Supermán, los inmigrantes tenemos unos superpoderes insospechados, que son estos:

1.- Tenemos el superpoder de la invisibilidad. Se adquiere, como muchos otros superpoderes, durante los primeros meses en que estás aquí y es esa capacidad que tenemos todos los inmigrantes de que, cuando hay más de dos austriacos junto a nosotros, de pronto, nos hacemos invisibles. O sea, que si uno no habla, nadie nota que está ahí. Por muchas razones. Al principio, para no atraer sobre nosotros (y, por ende, sobre nuestra incapacidad lingüística) miradas que estarían mejor en otro sitio. Y después, porque mire, señora, a veces no apetece hacer el esfuerzo de que se den cuenta de que uno existe y tener que contestar y contar nuestra vida. O, a lo mejor, no apetece hacer el esfuerzo de que descubran que existes y te den la chapa (esto pasa, sobre todo, cuando los austriacos se han pasado un poco con los alcoholes de alta graduación y se les abre la espita de la locuacidad; cosa que a veces gusta, pero a veces, qué duda cabe, también da pereza).

2.- Los inmigrantes tenemos inmunidad para decir cosas que ningún austriaco se atrevería a decir en ciertas situaciones. Y se comprende. La inmigración, la „extranjería“ lleva aparejada, en la mente y en el subconsciente de los aborígenes, cierta dosis de rareza. Y lo mismo que, como decía Forrest Gump, tonto es el que hace tonterías, raro, es el que hace „rarerías“ y, como se espera de nosotros que hagamos cosas que se salgan de la norma (ya hablamos raro, mire usted) pues también podemos, por ejemplo, hacer determinados chistes sobre situaciones que los austriacos no pueden (aquí, presuponemos que sabrían llegado el caso, pero que por educación no se atreven). Por ejemplo chistes que cuestionen la autoridad. En ese sentido, el humor austriaco es muy poquito subversivo.

3.- Otro superpoder que tenemos los inmigrantes y que mola, es que, como yo apuntaba más arriba, solemos ser gente con secreto. O mejor, con facetas interesantísimas a las que solo puede llegar el que se interese por nosotros y nos pregunte. O sea, hay personas que en este momento -circunstancialmente- trabajan de camareros pero que son capaces de saber que en Sudamérica hay un material, tan poroso como la piedra pómez, y que guarda el calor, y sus aplicaciones en la alta cocina. Nadie lo diría, al ver a la persona brujuleando por las mesas, pero el potencial está ahí y un día brillará. Quien más quien menos, somos diamantes escondidos que están esperando a que se los descubra. Como le pasó a aquel señor sirio que terminó entrenando a un equipo español en primera división. Viéndole desde fuera, viéndole con los ojos cerriles de quien no quiere ver, era un inmigrante más, un bulto, una cara sin historia. Quién de verdad aprendió a mirarle, se dio cuenta de que era mejor utilizar su potencial, tratar de descubrir para qué era buena esa persona, qué podía aportarle a los demás.

Quizá esa era la .lección de hoy, que lo primero que hay que aprender a hacer todos los días es perfeccionarse en el difícil arte de mirar.


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