Komolka

En Mariahilferstrasse, en el centro de Viena, está uno de los comercios con más solera de Viena: Komolka.

12 de Marzo.- Cuando yo era pequeño, en mi calle los juegos iban por modas. Con la imprevisibilidad con la que suceden los fenómenos naturales, un mes tocaban las chapas, otro mes la peonza, y al siguiente quién sabía qué. Estas modas sin embargo, no solo se daban en los niños, sino que también se daban en los adultos.

Siendo mi madre jovencita, por ejemplo, cuando mi hermano y yo éramos pequeños, hubo un tiempo en que se puso de moda entre las amigas de mi madre el ir al „corte“ o sea, a aprender corte y confección en casa de una maestra –la Jaci, probablemente, Jacinta- que tenía un piso alquilado en un bloque cercano a donde vivíamos nosotros y en él enseñaba por turnos a las mujeres que, cosiendo, se hacían la ilusión de que ahorraban a la hora de comprar la ropa.

Y así, mientras nosotros estábamos en el colegio, aprendiendo lo que era un predicado nominal o las ecuaciones de primer grado, aprendía mi madre a confeccionar por lo menos las humildes ropas de trote que gastábamos los niños. Camisas, pantalones, alguna blusa para ella.

Reconozco que a mí me fascinaba aquel gineceo (y me sigue fascinando todo lo que tiene que ver con la ropa y la costura). Si no hubiera crecido en la sociedad machista en la que nací, es muy probable que me hubiera dedicado a algo relacionado con la moda o que, por lo menos, hubiera aprendido a coser.

Mi madre y sus amigas compraban los materiales para sus intentos en unos almacenes en donde solo vendían restos de fábrica o las telas que otras casas más caras, como Rosán (así se llamaba el comercio fino en mi pueblo para esas cosas) no vendían. A mí me encataba (y me encanta aún) hurgar en las tiendas de telas. Ahora, aprovecho los conocimientos aprendidos entonces para la fotografía.

En Viena, la casa por excelencia -vamos, y la única que queda para esto– es Komolka.

La tienda de tejidos de Komolka está en Mariahilferstrasse y la entrada es engañosameente pequeña en comparación con todos los géneros que hay en el interior. Hoy, en una entrevista que ha concedido a Die Presse, el Komolka actual, sucesor de su abuelo Jakob -el barato- Komolka, que fundó el negocio hace seteinta y cinco años, calcula que tienen diezmil telas distintas a la venta.

Antiguamente, cuenta Komolka, había en Viena por lo menos diez casas de venta de tejidos, porque la gente normal cosía y sabía coser.

Hace mucho tiempo que eso pasó a la historia. A la mayoría de las amas de casa les pasó como a mi madre, que se dieron cuenta de que el trabajo que costaba hacer una camisa no compensaba lo que uno se ahorraba (hoy en día puede uno ir a cadenas de ropa barata y salir vestido por veine o veinticinco euros, calzoncillos incluidos).

Komolka sobrevive, sin embargo, a base de variedad de surtido y de dirigirse a muchos nichos de mercado.

Desde los hipsters del hágalo usted mismo, a los diseñadores de alta costura (o, por lo menos, de moda hecha a medida) que quieren cosas especiales. También surte de tejidos a los teatros de media Europa, cuyos diseñadores de vestuario acuden a Mariahilferstrasse a buscar telas y, con la tela, las ideas, porque ya decía Miguel Angel que esculpir es quitarle a la piedra todo lo que le sobra y lo mismo debe de valer para los tejidos.

Uno, ve un rollo de tela en una estantería y se imagina el traje. Y si a uno le pasa eso, que solo es un aficionado a mirar las caídas de las telas ¿Qué le pasará a los profesionales?

Komolka surte de telas sobre todo a dos fabricantes de moda fundamentales en la cultura austriaca: a los de traje de cocktail y noche, que viven su punto culminante en la temporada de bailes que acaba de terminar y a los de trajes típicos, o dirndl un área de la moda que, después de languidecer durante unas décadas, ha vuelto a reverdecer de nuevo.

Komolka el joven se queja de que la industria europea textil es cada año más pequeña. Los fabricantes se van a Asia y la industria que producía tejidos especiales para Chanel o Balenciaga languidece. Schade.


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