El día 26 de este mes son las elecciones al Parlamento Europeo. Les doy a mis lectores el criterio definitivo para elegir a su candidato. Servicio público.
13 de Mayo.- Una de las verdades de la vida es que uno no repara en la belleza o en la dificultad de tal o cual cosa hasta que se ve obligado a hacerla. O sea, que es muy fácil criticar desde fuera lo que nunca se ha abordado. Y no es menos cierto que, cuando uno hace lo que sea y experimenta en sus propias carnes trémulas la dificultad de la tarea, si es decente, también se calla o, por lo menos limita el alcance de sus críticas.
Moraleja : por una cosa o por otra, antes de largar, lo mejor es contar (hasta diez, o más).
Yo siempre pienso con compasión en los fotógrafos que tienen que hacer los carteles electorales. Mi primo, el que vive en Beirut, siempre se ríe mucho acordándose de una sesión de fotos hace ya un tiempo, en la que me hizo de asistente.
Entre la cámara y los flashes un albañil de paleta, jovencico (ni siquiera con eso que los franceses llaman la beauté du diable) que quería hacer sus pinitos como modelo. El fotógrafo y el asistente del fotógrafo sudando tinta china para que aquel hombre se moviera un poco, y él, nada : hierático como una esfinge. Y lo que era peor, como una esfinge sin enigma.
Una regla fundamental es que la cámara no puede captar nada que no esté presente de antemano y, a veces, es mejor que la cámara « no vea » lo que hay porque,. por lo que sea no interesa. Los fotógrafos, a base de oficio (es nuestro trabajo) conseguimos al final sacar la versión más fresca y « más mejor » del retratado. Pero cuando ni siquiera hay versión que mejorar…La cosa se pone chunga.
Aquel hombre, sin duda debía de poner ladrillos que era una alegría para toda Viena y su provincia, pero posar, lo que se dice posar…Pobrecito. Aquello tenía el desparpajo de un bloque de cemento.
Mirando los carteles electorales que se han confeccionado para estas elecciones, uno piensa en esos galeotes de la Nikon o de la Canon o de la Sony cuya misión ha sido retratar a los candidatos bajo una luz favorable o, por lo menos, neutra. Pero ¿Qué pasa cuando tienes delante a un candidato del que, como fotógrafo, no puedes « decir » nada bueno ? Todos los que nos dedicamos a esto hemos tenido delante a seres de esos que, cuanto más los conoces, más quieres a los orcos. Y se pasa mal. Se sufre. Porque uno tiene miedo de que, lo mismo que uno mismo está viendo que el tipo que uno tiene delante es un hijo de la gran puta con ventanas a la calle, la cámara también lo vea (la cámara siempre lo ve) y el cliente, colocado frente al espejo de la foto, también.
Y es que llega un momento en la vida, sobre todo cuando se deja atrás la primera juventud y aún la segunda, a partir del cual todos tenemos la cara que nos merecemos. Para bien y para mal. Y, cuando llega ese momento, cuando la cara es, de verdad, el espejo de nuestra alma, no hay operación ni crema que lo arregle. La mirada se vuelve vidriosa o dura como la de un pescado pasado de fecha, la piel se embastece, se cae o se hincha, se abotarga. La simetría del rostro se va deshaciendo (los rostros de los malos se empiezan a deshacer por la parte de abajo).
No es una cuestión, repito, de fotogenia, es una cuestión de alma. Si el alma que anima unos ojos es fea, el resto de la foto es fea también, provoca un rechazo instintivo en el espectador. Y la mirada entrenada (y, a estas alturas, nuestra mirada está entrenada por siglos de contemplación de imágenes) lo nota. Como votante y como fotógrafo, yo no le doy mi voto a según qué personas. Es una cuestión de mirar a los ojos y que te guste o no lo que ves, no sé.
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