La Shivalinga

Cuando se fue de España, el viajero se llevó una Shivalinga de la colección familiar. En Austria, la Shivalinga tiene nostalgia. En España, recupera su fulgor.

18 de Agosto.- En Indiana Jones y el Templo Maldito los malos, al mando del perverso Mola Ram, roban de una aldea perdida del Himalaya una piedra sagrada, la Shivalinga. La piedra en cuestión es un canto rodado de apariencia común y silvestre, con tres rayas grabadas que presuntamente representan el aire, el fuego y la tierra.

Al principio de la peli, Indi, que es un arqueólogo (un poco sui generis, pero un arqueólogo) ve el tema de la Shivalinga como una cosa folklórica (ya, ya, venga, va, una piedra sagrada y los burros vuelan, no te jiba) pero luego, cuando está en el templo subterráneo en donde los de Mola Ram hacen barbacoa con los pobres desgraciados que trabajan en la mina, Indi se da cuenta de que la Shivalinga, cuando está junto a otras piedras Shivalingas, emite un resplandor especial.

Cuando el viajero se marchó de España, se llevó consigo una Shivalinga de la colección familiar.

A modo de amuleto para las cosas que vendrían.

De esta Shivalinga, saca la fuerza para dotar de humor a estos artículos, sus intervenciones en televisión, las llamadas de teléfono con sus amigos y, en resumen, de esa Shivalinga sale el superpoder que hace que el viajero pase, en Austria y ante sus lectores y conciudadanos, como una persona divertida que, cuando tiene un buen día, puede hacer llorar de risa a los que hablan con él o le leen (vaya cacofonía, pero güeno).

Cuando el viajero vuelve a España, su Shivalinga, que no es de las más potentes, se junta con las otras Shivalingas de su familia, por ejemplo con la de su hermano, y el viajero piensa que, si él pasa por ser un tío divertidísimo (modestia aparte) es porque la gente no ha visto en acción a su hermano, por ejemplo.

O sea, que el viajero es un hombre gracioso, pero que es un gracioso parcial porque el viajero se vuelve gracioso de verdad cuando su Shivalinga, valga la metáfora, se encuentra con las Shivalingas de otros miembros de su familia, como su madre, su padre, su cuñada y, sobre todo, su hermano.

Desde que aterrizó en España y se encontró con su hermano, el viajero no hace más que reir, y reir, y reir, y reir, reirse de verdad, a mandibula batiente, llorando de risa, un poco como en aquellas gestas heroicas de reir de su infancia y adolescencia, cuando la familia entera se juntaba a comer al mediodía y no había manera, porque aquello era un peligro constante de morir por atragantamiento debido a las carcajadas, a los constantes juegos de palabras y a una tendencia pronunciadísima al humor absurdo que es marca de la familia y que es, en Viena, una fuente de interminables añoranzas, que le viajero solo puede calmar con algunos amigos muy queridos que tienen, como él, ese sentido del humor que hunde sus raíces en verle a las cosas un lado que poca gente ve.

A las Shivalingas del juego original, se ha unido en los últimos tiempos la Shivalinga de su sobrina, Ainara, la cual ha demostrado y demuestra todos los días haber heredado el superpoder de reirse hasta de su sombra (el viajero tiene un compañero de trabajo que cita a un humorista alemán, Loriot, el cual decía que „Humor ist wenn man trotzdem lacht“ -o sea, el humor es cuando uno se ríe a pesar de todo-).

Cuando está en Austria el viajero vive consolándose de su propia rareza y, un poco, para que engañarse, pidiendo perdón por ser un poco especial.

Pero cuando llega a España, se explaya.

Su Shivalinga se encuentra con las otras y brillan. Brillan un montón.


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