Hasiendo el humor

Uno se ríe de las cosas y esas risas le retratan. Una pareja de vieneses ha decidido abordar una iniciativa y nos han servido de pretexto.

17 de Diciembre.- Una de las cosas que yo encuentro más fascinantes es el humor. Dado que vengo de una familia en la que uno de nuestros pasatiempos favoritos es hacernos reir los unos a los otros, he tenido muchas ocasiones de hacer observaciones de campo.

Tras observar atentamente, he llegado a la conclusión de que hacer reir es un don que presenta diferentes intensidades y calidades. El humor más exquisito, el más inteligente y, por lo tanto, el más difícil, es el que se formula sin hacer sangre.

Podría poner de ejemplo a mi hermano (modestia aparte), el cual domina lo que yo llamo el  « humor situacional » que es, como su propio nombre indica, el de saber ver las situaciones desde puntos de vista infrecuentes e inevitablemente graciosos ; o a mi amigo Luis Tercero (entre los especialistas en la corte habsbúrgica famoso en el mundo entero), al que mis lectores conocen más porque ha colaborado en este blog alguna vez, o a mi primo, el que vive en Beirut, pero quizá sea mejor mencionar a Andreu Buenafuente (más que nada porque muchos lectores le conocerán).

La principal característica de este humor inteligente es que se establece una relación de confianza entre el que hace el chiste y el que lo escucha. Relación que, en términos algo crudos, se sustancia básicamente en que el espectador sabe que el humorista no es un hijo de puta.

Un ejemplito : hay un político celtíbero, Echenique, que va en silla de ruedas. Buenafuente ha hecho muchos chistes sobre esa silla de ruedas. Algunos, muy graciosos pero bastante bestias. El propio Echenique ha accedido también en muchas ocasiones a reirse de sí mismo caricaturizando ese lado suyo de hombre biónico. Si el mismo chiste lo hubiera hecho otra persona de cuya buena intención no estuviéramos tan seguros (por ejemplo un político de Vox) todo el mundo se le echaría encima (por lo menos todo el mundo decente), porque no cabría duda de a qué nos estaríamos enfrentando.

En cambio hay otro humor, que es el humor con el que yo me crié en los ochenta. Un humor cuya gracia consiste básicamente en que los que se ríen se sienten seguros porque saben que el chiste nunca recaerá en ellos. Es un humor de poder. De ganadores y perdedores.

Chists de mariquitas, de cojos, de tuertos, de feos y de cabezones. Humor en el que los maridos se ríen de las mujeres, humor en el que el pobre (si es andaluz más) es fundamentalmente imbécil. Humor racista (los chistes de gitanos o los chistes de negros o los chistes de moros). Lo pringoso de ese humor no tiene nada que ver con la zafiedad del vocabulario que se utiliza, ni siquiera con lo primario de los mecanismos de los que se vale para hacer reir (a quien le haga gracia, claro), sino que es un humor que está basado en la humillación, como un piropo baboso. Es un humor que, como pasaba con el anterior, retrata fielmente a quien lo ejerce. Y lo retrata para mal.

Antes, no hace mucho, este humor era « el humor » porque era mainstream, pero ahora que hay otro, los que siguen apegados a esta forma malsana de hacer reir prefieren decir que se trata de un humor « políticamente incorrecto ». Cuando alguien les afea que lo practiquen salen a colación muchas reacciones indignadas parecidas a las que provoca en muchos hombres la acusación de machismo. O sea  « esto ha sido así toda la vida y nadie se ha quejado » ,  « esto es la dictadura de lo políticamente correcto ». Del mismo modo, no tarda en surgir la palabra censura.

Todas estas reflexiones vienen a cuento porque hoy el Standard ha informado de que una pareja de cómicos ha decidido montar en Viena un cabaret de humor políticamente correcto. O sea, un humor en el que no se ofenda a nadie. La pregunta –retórica- con la que se abría el artículo era si el humor políticamente correcto podía ser gracioso o no. Personalmente, yo pienso que lo del humor no es tanto el contenido como la inteligencia con la que ese contenido se presente. O sea, que no debe haber tabúes, y que se puede hacer chistes sobre casi todo sin que a nadie le duela (más que la tripa de reirse, claro está). O sea, que no hay humor políticamente correcto, sino humor bien o mal hecho. Se agradecen opiniones.


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