Unas cartas de amor secretas han salido a la luz tras siglos de haber dormido en los Archivos nacionales de Francia.
9 de Junio.- Maria Antonieta (Marie Antoinette) no se llamaba así, sino Maria Antonia. Era hija de la emperatriz Maria Theresia de Austria (la oronda dama cuya estatua preside la plaza que lleva su nombre) y ha pasado a la Historia, entre otras cosas, porque los revolucionarios la decapitaron a finales del siglo XVIII.
También porque su hermano, el emperador José II, tuvo que viajar de incógnito desde Viena a París para explicarle al marido de Maria Antonieta que, por mucho que dejara que las abejitas polinizaran las flores, si no echaba un coito con su esposa era poco probable que le naciera a Francia un príncipe heredero (el mecanismo del coito se lo explicó también al rey francés, en la que sin duda fue una conversación harto incómoda).
Aquí lo conté en Viena Directo.
Siendo su marido una marmota en el lecho matrimonial, es normal que Toñi buscara consuelo en otras camas. De hombres, y de mujeres.
Su último amante fue un conde sueco, el conde Fersen y, desde la prisión, intercambió con él inflamadas cartas de amor.
Se conservan en los Archivos Nacionales de Francia cincuenta de estas misivas que, hasta ahora, tenían un ligero problemilla : no se podían leer.
Algún púdico pariente decidió que a la reina decapitada ya la habían llamado pendón demasiadas veces, y tachó las cartas (o por lo menos los pasajes más picantes) con un bucle que impedía saber si la reina charlaba con su amante de que quería comerle la boca o de si la revolución había hecho que subiese el precio de la lubina.
La química ha venido en ayuda de los científicos, porque la tinta que utilizó la reclusa y la de las tachaduras no tiene la misma composición química, de manera que aquellas palabras de un amor tan muerto como sus protagonistas, han vuelto a la vida.
Se han podido leer algunos fragmentos que han permitido conocer mejor a la pobre austriaca y a su amor.
Por cierto, al sueco lo asesinaron de una manera bastante bestia. Poco menos que lo lincharon.
Ser aristócrata, a finales de quella época, no estaba bien visto.
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