Coronología (3): la puerta

En Marzo de 2020 el coronavirus abrió una puerta que, lentamente, está volviendo a cerrarse. No solo en Austria, sino en todo el mundo.

11 de Julio.- Durante este primer semestre de 2020, que pasará a la Historia en muchos sentidos, hemos vivido en circunstancias excepcionales. Tan excepcionales que, estoy convencido, nos llevará todavía algún tiempo el saber hasta qué punto se han salido de lo normal.

Sin embargo, la circunstancia más excepcional de todas no ha tenido, en mi opinión, menos que que ver con el virus, ni con los fallecimientos (habiendo sido estos demasiados) ni siquiera con el miedo que todos hemos tenido (y debemos seguir teniendo) a contagiarnos.

No. Nada de eso. La excepcionalidad de la situación ha ido muchísimo más allá de todo eso.

Durante estos meses, que pasarán a la Historia, lo auténticamente excepcional es que, de pronto, pareció (solo lo pareció) que por primera vez en muchísimo tiempo, quizá desde la segunda guerra mundial, el conjunto de la sociedad se ha encontrado con una situación en la que estaba amenazado por un peligro ante el cual los privilegios no tenían nada que hacer. Lo excepcional de la crisis del coronavirus fue que, entre pongamos mediados de marzo y mediados de mayo todos tuvimos la sensación de que el marcador se había puesto a cero. La sensación, que solo traen las guerras y otras convulsiones históricas, de que de pronto todos éramos más iguales que antes y, mejor, que se abría ante nosotros una nueva era en la que todo era posible y tenía la oportunidad de ser mejor.

Junto al miedo, junto al dolor por la pérdida de tantas personas fallecidas, si hay que recordar por algo estos días de la CoVid-19 fue por la explosión de creatividad alentada precisamente por esa sensación de que todos teníamos nuestro destino en las manos (y, naturalmente, más tiempo libre de lo normal).

De pronto, personas que jamás hubieran soñado con hacerlo, se encontraron escribiendo libros, o montando sitios web o soñando con encontrar una manera de abandonar, como las culebras abandonan una piel vieja, el trabajo alienante y monónoto que les machacaba, para empezar otra vida mejor.

Fue, sin duda, una época refrescante y muy subversiva (no se me ocurre otro adjetivo) para la sociedad en la que, sin duda, hubo una enorme liberación de las estructuras de autoridad que, en otras circunstancias, evitan que todos salgamos del sitio en donde la sociedad nos ha puesto.

Como es lógico, de manera más o menos consciente, los que hasta marzo de 2020 detentaban -y siguen detentando- los lugares más privilegiados de la sociedad, aquellos que representan lo establecido, empezaron a alarmarse.

Mucho, además.

Una alarma que iba más allá, probablemente, de las enormes pérdidas económicas producidas por la CoVid. La lucha, constante, en recuperar la antigua normalidad, en volver el reloj a Febrero de 2020 iba, estoy convencido, mucho más allá de la pretensión de amortiguar una crisis económica que será de todas maneras, sin duda, brutal. Era una obsesión, por parte del poder establecido, de tratar de que la gente (usted, yo) olvidase esa refrescante (y subversiva) sensación de libertad (peligrosa, pero libertad), la sensación de que otro mundo es posible.

La pandemia nos puso delante de nuestra vida y nos la mostró tal y como es. La pandemia nos llevó a todos a hacernos preguntas muy, pero que muy incómodas (incómodas, sobre todo, para quienes están más arriba de nosotros en la escala social) ¿Necesitamos de verdad comprar tantas cosas? Después de tres meses de tiendas cerradas, la verdad es que el mundo dio pocas señales de ir a acabarse y, sin duda, esto supuso una experiencia inédita para mucha gente, que perdió la costumbre de acaparar cosas que no necesita ¿De verdad necesito este trabajo alienante cuando hay cosas que no solo me llenan mucho más, sino que me hacen desperdiciar una vida que mañana puede terminar en una UCI cualquiera? Esta tuvo otra derivada ¿Por qué tengo que acudir todos los días a un centro de trabajo que no me aporta nada si puedo hacer casi las mismas cosas desde casa? ¿Por qué no es posible vivir con menos? (no solo como indivíduos, sino como sociedad). Estas son unas cuántas, solo unas pocas, de las preguntas que todos nos hemos hecho, en mayor o menor medida, estos meses.

Poco a poco, en gran parte debido a la tenaz insistencia de los que veían amenazados sus privilegios, esa puerta que se había abierto para mucha gente, ese estado, si quieren mis lectores, de alerta ante la nueva situación, se ha ido apagando. Porque nos han convencido (sin hacerlo explícito así, naturalmente) de que la solución no era mejorar lo que teníamos, sino volver a la casilla de salida.

La gente ha vuelto a sus trabajos, ha empezado a dejar de preguntarse cosas, ha dejado de pensar que la realidad tal y como es, no es inevitable como los estados de la física.


Publicado

en

,

por

Etiquetas:

Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.