Como quien guarda una exquisitez esperando el momento adecuado, había yo guardado “La vida de los otros” esperando un momento oportuno. Una tarde de invierno, con frío y nieve detrás de los cristales, por ejemplo. Ayer, sin embargo, en condiciones bien distintas, ese momento llegó.
Así que me cogí la bolsa de kikos que mi amigo T. me compró en España y que ya anda en sus finales (kikos de El Corte Inglés, kikos de lujo, que voy administrando poco a poco) y me sumergí en la trama. Y “La vida de los otros” es simplemente ESTUPENDA. Un producto con espesor, con textura, con sabor, con un volumen que se levanta en el centro de tu conciencia y te cambia la percepción de las cosas. Una película que, aunque dura, está llena de una poesía que salta de pronto, en los momentos más inesperados. Ese hombre, que no se sabe hacer el nudo de la corbata y que llama en secreto a su vecina para que se lo haga y, así, complacer a la mujer que le espera en el salón de casa para verle con la corbata puesta. Y nosotros ya sabemos que, debajo de esa acción banal hay algo más, porque la vecina…En fin.
Y qué decir de Ulrich Mühe.
Unos ojos azules y empañados. Una gesticulación pulcra y precisa. Una fragilidad que te va sorprendiendo conforme va avanzando la trama (sorpende enterarse de que Mühe era un actor que se había formado y curtido en la comedia).
Y la ropa. Uno recuerda los ochenta a través de la ropa de sus padres. Y en La Vida de los Otros la ropa es antigua (esas cazadoras de hombre con un cuello estrecho,esa gama de grises y de marrones que da la paleta de una década, esos vestidos de mujer, esas blusas a lo Ana Diosdado, con cuello cerrado y broche) pero también es moderna. El diseño de producción de la película es impecable y está siempre al servicio de la trama.
Al acabar “La vida de los otros” uno no tiene la sensación de haber visto una película, sino de haber asistido a algo más profundo: a la lectura de un libro de calidad que le sorprende, que le marca, que hace que su percepción de su vida y de la de los otros cambie. Hace que valores la suerte de estar vivo, y de tener a tu lado a la gente que te quiere.
La Vida de los Otros, según su director contó a los informativos de la ORF, se escribió en Austria, en un monasterio y, de alguna manera, es una película profunda y trascendente, en donde el bien y el mal se confunden y en donde los actos tienen una gran importancia.
Es una lástima que Mühe haya muerto tan joven (tenía cincuenta y cuatro años) porque para la profundidad de sus ojos de payaso triste hubieran sido justas y necesarias muchas más películas. Muchos más momentos de reflexión y de placer.
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