No hay que ser muy listo para suponer que los austríacos odian la cadena Starbucks. Porque les parece (y con razón) una estafa. Porque para cutrez (natural, no esa cutrez de decorador que lucen los americanos) ya tienen ellos una pila de sillas cojas en el café Havelka. Y para café, café, lo que se dice café…En fin.
Porque lo que venden en Starbucks, lectores que me leeis y sabéis que yo antes muerto que mentir, es aguachirri. Un liquidurrio flojucho que, por no poner, no pone ni nervioso.
Fruto de este amor por el café, tienen mucho éxito aquí dos cadenas pertenecientes a la misma empresa que son Tchibo y Eduscho. Dichos establecimientos combinan el placer de tomarse un buen café, con el de hacer unas comprillas.
Y es que en Austria, josmíos, son pijos hasta para poner tiendas de veinte duros. Porque Tchibo y Eduscho es lo que son, al fin y al cabo. Una vez a la semana, el surtido de Tchibo y de Eduscho cambia (de ahí su eslogan que viene a ser “un nuevo mundo cada semana”). Tienen una marca blanca que se llama TCM bajo la cual fabrican desde estupendos albornoces de rizo, hasta una ropa deportiva duradera y práctica.
Tiro de Wikipedia para averiguar que Tchibo nació en Hamburgo,en 1949, fruto de la inventiva de dos señores que atendían por Max Herz y Carl Tchilling-Hiryan. Formaron el nombre de la empresa uniendo las cuatro letras del apellido de Carl –suponemos que el socio capitalista- y las dos primeras de la palabra bohnen (así se llaman en alemán los granos del café). Su idea original era vender café por correo. Pero claro, antes de comprarlo, el cliente querría probarlo. Y así nacieron las cafeterías Tchibo (en Hamburgo, en 1955, nació la primera filial). Durante los setenta se produjo la expansión internacional de la empresa, y leo con sorpresa que hoy pertenecen al Holding Tchibo cosas que tienen tan poco que ver con la idea original como una marca de cigarros e, incluso, un banco, en colaboración con el cual Tchibo está metido en el negocio crediticio.
Eduscho fue fundada en 1924 en Bremen, por el señor Eduard Schopf y refundada poco después de la segunda guerra mundial. A partir de 1969 se instaló en Austria para gran contento de sus nacionales. Durante los ochenta y los noventa, Eduscho colaboró con diferentes panaderías pequeñas y, según la wikipedia que todo lo sabe, consiguió que se creara para su marca un espacio propio, siendo los pioneros de un concepto (primera noticia) que se llama shop-in-shop (la tienda dentro de la tienda). Pero la cosa no debió de ir tan bien, porque en 1997 la empresa Eduscho fue fagocitada, como queda dicho ya, por la marca Tchibo. Y ahora son un águila bicéfala (muy austríaco, como puede verse, aunque el origen de la cosa sea alemán).
Recién llegado yo aquí, hubo un gran escándalo relacionado con estas dos empresas y es que la ORF, en su afán desfacedor de entuertos, emitió un reportaje en el que se mostraba a niños de corta edad y obviamente en condiciones muy precarias de vida, fabricando los productos que los orondos consumidores del primer mundo compraban cada semana a troche y moche. Creo recordar que la fábrica infernal estaba en Bangladesh, que es uno de los países más pobres de la Tierra.
Como siempre sucede en estos casos, salieron a la palestra los seriecísimos representantes de las marcas en la picota para explicar que ellos no tenían ni idea de que se estuviera utilizando mano de obra infantil para esos menesteres. También acudieron a ese argumento tan cínico de que, en cualquier caso, ellos cumplían con las condiciones laborales vigentes en el país (no te jiba, de ahí los precios de risa) y que, en cualquier caso, ellos funcionaban siempre utilizando capataces de esclavos (digo, empresas, qué tonto estoy) subcontratadas. Aunque, por fortuna, cuando la opinión pública se les echó encima, decidieron que iban a aplicar unos estándares más duros y tratar a los obreros con estándares occidentales (por lo menos en lo referente a la edad).
Con lo cual quedó demostrado que lo de “Un nuevo mundo todas las semanas” no era verdad. En realidad era el mismo mundo de siempre. Todos los días.
Deja una respuesta