La única esperanza

Triunfa el secuestro con olor de hazaña, /Que pone en haz la hez del bicho humano./ Ni el más iluso al fin la historia engaña./ El infierno al alcance de la mano.

Querida sobrina:
En Viena el otoño sigue su curso. Mientras te escribo, en este, el segundo miércoles de nuestra correspondencia recién inaugurada, veo cómo el viento se lleva las frágiles hojas de los árboles, creando unos efectos que serían la locura de un dibujante de manga.
Para mi segunda carta, he seleccionado un tema del que creo que nunca se llega a saber bastante. Por eso, quizá, es conveniente empezar a aprender lo más pronto posible.
De momento, con tus dos flamantes meses a las espaldas, y hasta dentro de unos cuantos años, uno de los pilares de tu vida será el creer que todo el mundo es bueno. O, mejor aún: que todo el mundo es bueno y que la gente está en este planeta para hacerte la vida más fácil.
Por eso, será para ti un duro sinsabor (entre otros a los que se sobrevive en la infancia) el descubrir que la gente es capaz de la maldad. Y, si eres inteligente (y basta mirarte a los ojos para saber que es así) quizá descubras también (aunque un poco más tarde) que tú misma eres capaz de actos que no podrías relatar en una sobremesa. El descubrimiento de la propia maldad, y la cura de humildad que conlleva es, en mi opinión, uno de los escalones de la sabiduría.
Los seres humanos (compañeros tuyos en esa aventura desordenada que es la vida) necesitamos creer en bellas mentiras. Las más bellas y las más falsas son las que nos contamos a nosotros mismos, retorciendo si hace falta la realidad, para defendernos de nuestros propios actos. Sólo el que es capaz de contemplarse a sí mismo y reconocer que tiene lado oscuro y esqueletos en el armario es capaz de ampliar un poco las mediocres dosis de bondad a que podemos aspirar.
Pero es que, aún con todas nuestras energías enfocadas hacia los esfuerzos positivos, es inevitable el hacer daño, con frecuencia a quienes más se quiere. Porque el mundo es complejo, y somos como pigmeos intentando abarcar la vastedad de una llanura subidos a un cubo; e incluso las buenas intenciones pueden tener resultados perniciosos.
En esto de la maldad y la bondad comprobarás también que, salvo los casos extremos (más abundantes, desgraciadamente, en el lado perverso), la mayoría de las personas nos encontramos encerrados en una enfadosa campana de Gauss. Nadie es totalmente bueno ni totalmente malo, y todos vivimos en la incómoda esquizofrenia de ser habitados por dos seres que comparten el mismo cuerpo.
A lo largo de la historia, como aprenderás en la escuela, han sido muchos los hombres y mujeres que se han preocupado de este tema tan peliagudo. Generalmente, trataban de encontrar la piedra filosofal que levantara un poco a la humanidad desde su estado animal (que conlleva necesariamente cierto afán destructor que posibilita la supervivencia) hasta un grado superior de conciencia, algo más civilizado, en el que desapareciera (o se mitigara) la innata tendencia que tenemos los humanos de escabecharnos los unos a los otros.
Hasta hoy, debo decirte, querida sobrina, que los resultados de esos esfuerzos han sido más bien ridículos. De hecho, día a día el mundo se vuelve un lugar más lóbrego, en el que saltan por los aires todas las escasas garantías que, en los últimos dos siglos, los seres humanos nos habíamos dado.
En un mundo de recursos escasos, nos robamos el agua y la comida los unos a los otros, cunde la desigualdad y, aún más dramático, aquellos que están en posición de mitigarla, son como flautistas de Hamelin perversos, que conducen a los hombres hacia nuevos abismos. La religión, que teóricamente debería unir a los seres, en realidad levanta murallas entre ellos. Durante los últimos años, un aliento helado se ha extendido sobre la tierra.
Sin embargo, querida sobrina, hay una esperanza todavía: un resorte que aún nadie ha tocado. Te contaré el secreto: es imposible destruir y odiar lo que uno conoce. El roce, ya lo dice el refrán, hace el cariño. Concéntrate en servir de puente entre los que se odian y enseña a otros a hacer lo mismo. Aprende incansablemente de los otros, intenta comprenderles, y comunica tu información a otros que no tienen la misma suerte. Viaja, conviértete en una ciudadana de este mundo. Que nada de lo humano te sea ajeno. No hay nada que convenza más que el ejemplo. Compórtate como quisieras que otros se comportaran. Vive como te gustaría que todo el mundo viviera. Ama a los demás como te gustaría que te amaran. Dales lo que a ti te gustaría tener.
Quizá provoques un Tsunami benéfico de comprensión y risa que no tenga fin. Igual que las alas de una mariposa son capaces de desencadenar la lluvia en el Amazonas.
Un beso de tu tío y hasta el próximo miércoles.

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