La polvera de Lola

La niña finge un toro de jazmines/ y el toro es un sangriento crepúsculo que brama.

20 de Noviembre.- Ayer leí que Fernando Fernán Gómez está ingresado en La Paz desde hace tres semanas. Y lo primero que me sorprendió fue que, en España, ese país en el que se levanta acta hasta los ciclos menstruales de las famosillas, una noticia como la de la enfermedad de FFG se les haya pasado a los alcachoferos. Un caso de respeto así ya es, desgraciadamente, inaudito en los medios españoles.
Con FFG es como si hubiera enfermado uno de los árboles más frondosos del mermado bosque de las letras españolas. Sin duda, no es un gran escritor, porque FFG no fue nunca por el camino de los inventos. Pero Fernán Gómez es, también sin duda, uno de los jubilados con más oficio del país. Deja para la literatura, por lo menos, dos monumentos impresionantes: “Las bicicletas son para el verano” y “El viaje a ninguna parte” que es uno de los libros más divertidos del pasado siglo XX. Un libro en el que, como en todas las obras de calidad, se ríe en la primera lectura para llorar en la siguiente a causa de lo que se había reido. Y como actor…Qué decir: FFG es el último gran mito de esa generación de actores de después de la guerra civil que siempre hacían de sí mismos pero a los que uno no se cansaba de ver. Quizá Florinda Chico sea la última superviviente de esa casta de grandes. Los mejores papeles de FFG le llegaron con la edad, como a Paco Rabal, y estaba absolutamente inmenso en “La lengua de las Mariposas” y hacía llorar en “Todo sobre mi madre”. Dicen de él que es un profesional que, entre toma y toma, no para de ensayar. Y es autor de esa grandísima frase que define, a mi juicio, mejor que ninguna otra, el oficio de actuar: “A los actores nos pagan por esperar”.También es autor de una recopilación menor de anécdotas teatrales que se llama “Aquí sale hasta el apuntador” que yo tenía por ahí y se me ha perdido en uno de estos viajes (desgraciadamente).

Fernando y Lola
En ella, sale la famosa anécdota, repetida hasta la saciedad y atribuida a diversos personajes (Me viene a la memoria Bernard Shaw, por ejemplo). Creo recordar que, en el libro de Fernán Gómez, son Valle Inclán y una hermosa actriz cuyo nombre permanece en el anonimato:
Se acerca la actriz al insigne dramaturgo:
-¡Maestro, maestro! Vaya éxito que hemos tenido, eh?
-No nos podemos quejar.
-¿Se imagina que tuvieramos un hijo usted y yo? Tan inteligente como usted y tan hermoso como yo.
Valle se queda mirándola y luego dice:
-El problema sería si sale tan feo como yo y tan tonto como usted.
También creo recordar que sale la famosa anécdota de Jacinto Benavente y el General Mola (seguramente falsa). Va Jacinto por la calle y se cruza, en una acera estrecha, con el General. Se produce la duda de quién pasará primero y, como ninguno de los dos parece decidirse, dice Mola en voz muy alta:
-¡Yo no cedo el paso a maricones!
A lo que don Jacinto contesta sonriente:
-Pues yo sí.
Y se baja de la acera.
De mi cosecha añado yo alguna: durante el franquismo, los actores, llamados cómicos, seguían siendo unas personas medio marginales y de moralidad no del todo cristalina. Tanto es así que, en muchos establecimientos, les estaba prohibida la entrada. Uno de estos locales antivicio era el hotel Palace de Madrid. James Stewart –personaje nada sospechoso- acudió a la capital a promocionar una de las películas suyas inmediatamente posteriores a la guerra mundial. Rellenó el formulario ante el estirado recepcionsita y, en la casilla de profesión, escribió “actor”, con lo cual, se le notificó amablemente que tendría que buscarse otro sitio para dormir. Stewart, impertérrito, preguntó entonces si la regla regía también para militares. Pálido, el recepcionista negó con la cabeza, y entonces Stewart pidió un lugar para cambiarse. Llevaba en la maleta (cosas raras de estos americanos) el uniforme de coronel de cuando había servido en la guerra. Se lo puso, y quedó el problema resuelto.
Hay otra muy divertida, y con esta termino, de Lola Flores, el Pescaílla y Cármen Polo. Baila la Faraona en La Granja y, al terminar la representación, entra la señora de Franco al camerino para felicitarla. Sonriente, con toda su grasia y su poderío, Flores agradece los cumplidos. Polo le ofrece a la Faraona un regalo,¿Una polvera, quizás? Lola no sabe lo que es una polvera, y mira a la dama con cara de póker. Luego, se vuelve hacia su marido:
-Antonio, ¿Una polvera?
Y el Pescaílla, sin quitar la vista de lo que está haciendo, dice:
-Un catre, Lola, un catre.

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