Brisas de caña mojada /y rumor de viejas voces, /resonaban por el arco /roto de la media noche.
27 de Enero.- Y si no que se lo digan al señor de la foto. Él se murió tan tranquilamente un día de 1907, y le debieron llevar a enterrar vestido con su levita. Quizá le dejó a su hijo el reloj de leontina. Los deudos que acompañaron su féretro le dejaron en la huesa consolándose con el pensamiento de que, después de todo, el pobrecito había dejado de sufrir. Y a lo mejor abrieron el Kronen Zeitung y vieron algún grabado del emperador, viudo desde hace tantos años, acudiendo a algún sitio, inaugurando quién sabe qué instituto, cuidando con desvelo de los destinos de su imperio.
Quién iba a haber pensado, entre aquellos honrados burgueses, que el buen hombre en un futuro más o menos próximo, sería desalojado de su sobrio panteón debido a que sus descendientes del año 2007, extintos quizá, ya no eran capaces de pagar el alquiler del hueco.
Ayer descubrí que, por detrás de mi casa hay un cementerio que yo no conocía, además de la iglesia evangélica de Viena. Y, ni corto ni perezoso, me lancé a pasear entre las tumbas. Enconré, por ejemplo, esta tumba de la foto…

Había toda clase de lápidas, algunas enormemente sencillas y, por lo mismo, elegantísimas. Como la de esta persona, que decoró su huesa únicamente con la firma.

No faltaba en este cementerio ni el recordatorio a los muertos soviéticos dela última guerra mundial. Representaban, con sus lápidas altas, uniformes y sin otros símbolos que la estrella de cinco puntas, una especie de aristocracia de los muertos.
Por último, la iglesia. Una coqueta edificación del siglo XIX que estaba cerrada, por lo cual hubo que contentarse con verla solo por fuera.
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