La eternidad dura cien años
Brisas de caña mojada /y rumor de viejas voces, /resonaban por el arco /roto de la media noche.

27 de Enero.- Y si no que se lo digan al señor de la foto. Él se murió tan tranquilamente un día de 1907, y le debieron llevar a enterrar vestido con su levita. Quizá le dejó a su hijo el reloj de leontina. Los deudos que acompañaron su féretro le dejaron en la huesa consolándose con el pensamiento de que, después de todo, el pobrecito había dejado de sufrir. Y a lo mejor abrieron el Kronen Zeitung y vieron algún grabado del emperador, viudo desde hace tantos años, acudiendo a algún sitio, inaugurando quién sabe qué instituto, cuidando con desvelo de los destinos de su imperio.
Quién iba a haber pensado, entre aquellos honrados burgueses, que el buen hombre en un futuro más o menos próximo, sería desalojado de su sobrio panteón debido a que sus descendientes del año 2007, extintos quizá, ya no eran capaces de pagar el alquiler del hueco.
Ayer descubrí que, por detrás de mi casa hay un cementerio que yo no conocía, además de la iglesia evangélica de Viena. Y, ni corto ni perezoso, me lancé a pasear entre las tumbas. Enconré, por ejemplo, esta tumba de la foto…
…Ideal para el video de Michael Jackson en el que se anticipaba el aspecto que tendría en el futuro. Una tumba de estilo Biedermaier (alguna vez hablaré del estilo este, tan representativo de la Austria post napoleónica), desgastada por la humedad y los elementos. El último muerto fue depositado en ella en 1909 según dicen las lápidas, que no se pueden leer en la foto.
Había toda clase de lápidas, algunas enormemente sencillas y, por lo mismo, elegantísimas. Como la de esta persona, que decoró su huesa únicamente con la firma.

Es curioso cómo uno se está haciendo austriaco por momentos. Andando por entre las tumbas, fue inevitable que surgiera la conversación de lo práctico que era tener un cementerio cerca de casa. Pasar el siglo posterior al propio fallecimiento en un lugar tan cercano al domicilio de uno (un pensamiento recurrente en los austriacos, especialmente vieneses). Incluso estuvimos discutiendo cuál de los huecos libres resultaba más conveniente. Que si al lado del caminillo no, que luego llegaban los perros y hacían sus cosillas. Era como elegir mesa en un bar.
No faltaba en este cementerio ni el recordatorio a los muertos soviéticos dela última guerra mundial. Representaban, con sus lápidas altas, uniformes y sin otros símbolos que la estrella de cinco puntas, una especie de aristocracia de los muertos.
Por último, la iglesia. Una coqueta edificación del siglo XIX que estaba cerrada, por lo cual hubo que contentarse con verla solo por fuera.
En Austria no es verdad aquello que lamentaba Becquer de la soledad de los difuntos. En este país los muertos siguen importando, aunque, pasados cien años, echen tus despojos cualquiera sabe dónde…

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