Victoria Principal antes de necesitar el Age Breiker

Huyendo de los tópicos
Cada minuto de este oro /¿no es toda la eternidad?
14 de Febrero.- Hoy es el día del timbre (San Valentín-tontín, lo siento, no me he podido resistir) aunque también es el día de la obviedad. ¿De qué van a escribir hoy millones de articulistas y autores de posts de todos los pelajes? Del enamoramiento y sus peligros. De las rosas rojas, de las cajas de bombones Mon Cheri (envenenados o vírgenes de estrictinia) y de todas esas cosas que, desde que los trovadores provenzales inventaron el ritual amoroso, han formado parte inseparable del espinazo de la cultura occidental.
Hoy ha amanecido un día nuboso en Austria, neblinoso, gris. Se echa de menos la luz del sol, que ya tarda demasiado en reaparecer, y se buscan sustitutos que produzcan más o menos la misma alegría de vivir. Por ejemplo, el deporte.
Ayer, estuve en el gimnasio, como todos los días. Esta semana, como me ha pillado con el paso cambiado y un nuevo colchón, no he tenido ánimos para levantarme a las seis (como viene siendo mi costumbre) e ir a machacarme un poco antes del curro. Así que he ido por las tardes (hoy es ruhetag y me quedaré en casa).
Es curioso como el gimnasio, esa instalación diseñada para un uso intensivo, se transforma por las tardes.
Del lugar silencioso y limpio que me recibe por las mañanas, al ajetreo vespertino .
Por las tardes, echo de menos al japonés que, todas las mañanas, me saluda con una silenciosa inclinación de cabeza y coloca pulcramente los zapatos sobre un trozo de toalla de papel. Es un hombre anciano que se mueve muy despacio. Nunca le he visto hacer ejercicio, porque siempre viene cuando yo me voy (las ocho y veinticinco, puntuales los dos como un reloj). Pero creo que lleva unos pantalones cortos de pana marrón, camiseta rosa, y unos calcetines negros. Hablando de ellos, también hay una señora que hace ejercicio por las mañanas que también los lleva (quizá a juego con un tinte azabache que trata de disimular que lleva casi siete décadas rodando por este mundo).
Resulta bastante tranquilizador correr en la cinta viendo teletiendas y con el cardado/teñido de esta señora en el rabillo del ojo. La dama teñida y yo vemos todos los días el mismo anuncio eterno en el que Victoria Principal (la mujer de Bobby, en Dallas, o sea Pamela) anuncia un producto que se llama Age Breiker. Mientras corro, yo me divierto doblando mentalmente a las marujas que salen con Victoria Principal (esa mujer que tiene la misma cara de garbancito gracioso desde mediados de los ochenta).
Mientras tanto, la Principal les toma el pelo a sus compañeras: intenta hacerles creer que la ausencia de arrugas en su cara no tiene nada que ver con las operaciones que le han puesto la misma mirada oriental que tiene Parada, sino que es producto de la acción de Age Breiker. De vez en cuando, para darle empaque al embuste, sacan a una que pasaba por allí con una bata blanca y cara seria, y la hacen pasar por una doctora que glosa las incontables ventajas del producto.
Por las mañanas, los vestuarios de mi gimnasio son ese sitio en donde reina un profundo e higiénico silencio, a pesar de escucharse tenuemente Radio Arabella (o el CD crónico de grandes éxitos en donde están Dolly Parton y los Beach Boys). Por las tardes son un resumen del desnudo masculino en todas las épocas del arte y en todos los estados de degradación producidos por la edad. De los atletas renacentistas con los que Miguel Angel poblaba los techos, a los profetas asténicos pintados por Leonardo, todo piel y huesos, que salen de las duchas cubriendo púdicamente sus vergüenzas y arrastrando los pies, como extras de una película sobre los campos de concentración. De la vergüenza de los administrativos mostrando sus carnes fofas y blancas, a la impudicia casi insultante de esos tipos que parece que están estudiando un máster para modelo de Tom de Finlandia.
Como mi gimnasio es barato, popular y proletario (un adjetivo que en alemán tiene malísima reputación, por cierto) sobre la algarabía de las ropas puestas y quitadas, y de las taquillas que se abren y se cierran, también se oye mucho dialecto. Mucho “I vas e net”, corrupción de “Ich weiss es nicht” y a su vez, versión alemana de “No lo sé”. Ayer, incluso, dos hombres de mediana edad, discutían de política en calzoncillos, con ese rencor reconcentrado que sólo se puede tener si se han rebasado los cuarenta y cinco.
Lo curioso es que este fresco humano me produce una extraña relajación. Es una de las cosas que más echaré de menos si algún día tengo que marcharme: la sensación de ser un desconocido. Una gota de agua en el mar. Una persona a la que ya nadie mira.
Quizá sea eso dejar de ser un extranjero.

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Comentarios

3 respuestas a «»

  1. Avatar de Paco Bernal

    Ays, qué metedura de pata! Quería decir estricnina y no estrictinia o lo que me haya salido…entsuldigung (perdón)

  2. Avatar de Mújol

    Recuerdo una canción sobre la emigración. Y sobre el cocido. “Yo le pongo lo que le pones tú, pero no sabe igual…”Un abrazo desde la provincia de Madrid.

  3. […] afición al deporte o una crónica bastante exacta de lo que era ir por la mañana al gimnasio y correr viendo en una pantalla muda cómo Victoria Principal anunciaba el Age Breiker, remedio para … de Paco Bernal Publicado en febrero 3, 2012 Articulo publicado en La Máquina del tiempo, […]

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