Odio los Uniformes
27 de Febrero.- Querida Ainara: es curioso comprobar cómo, con las semanas, estas cartas que te escribo se han convertido en una de las señas de identidad de este blog. Creo que es porque, desde el principio, pensé que la única manera de podernos comunicar a través de este medio tan artificial era decirte la verdad. Ser sincero en todo lo posible.
De cualquier manera, me siguen sorprendiendo las reacciones que mis conocidos y nuestros familiares tienen a propósito de estas cartas. Unos (tu abuela, por ejemplo) me reprochan a veces que son demasiado negras. Otros (un buen amigo, el otro día) que, más de una vez, se me pasa la mano con el almíbar. Posiblemente, los dos tienen razón.
La verdad, Ainara, es que, en todo en esta vida, pero más en esto de las letras, es bueno tener en cuenta las opiniones ajenas. También para relativizarlas. Lo que sostiene cualquier cosa artesanal (y un texto lo es) es la fe (acertada o no) que ha tenido el artesano a lo largo del proceso de su creación. La determinación de convertir lo que se escribe en algo propio. En una seña de identidad. En una expresión de lo que se considera más o menos cierto. Cualquier obra de esta clase es una afirmación del yo frente a la masa. Frente al impreciso y engañosamente homogéneo mundo de los otros.
Por eso para mí, Ainara, la escritura ha sido siempre un camino natural. Porque si hay algo que odio en esta vida es la uniformidad. Cualquier uniformidad. Los demás nos oponen un falso frente gris que nos hace pensar que nuestros compañeros de viaje son seres agrupables. En casos extremos de miopía, hay personas que son capaces de pensar que esa masa gris que constituyen “los otros” es recortable, incluso eliminable en alguna de sus partes. Como decía Harry Lime en El Tercer Hombre, piensan que los otros son solamente “puntitos que se mueven”.
Yo tenía un profesor que decía que “El hombre es un animal vago por naturaleza”. Y esta tendencia a cepillarse los matices, Ainara, a dividir el mundo en “nosotros” y “ellos”, no es más que una manifestación más de la pereza humana. También resulta cómoda para el poder, porque el ser humano es un bicho social que tiende a querer integrarse en estructuras más grandes que él. Cuando uno viste un uniforme (sea el que sea, y los hay para todos los gustos) se diluye su parte de responsabilidad individual. Amparado por la masa uno se siente valiente. También listo para obedecer.
La integración ciega en el grupo, Ainara, anula la conciencia, y perturba gravemente la percepción del valor ético de nuestras acciones. Con lo cual nuestra humanidad se vuelve de una calidad peor. El uniforme, físico o ideológico es, para el que es consciente de su insignificancia, el signo de su pertenencia a un grupo que puede sojuzgar a otros (o que aspira a hacerlo).
Soy consciente de ir en contra del signo de los tiempos, que piden polarización y tomas de partido, pero nada me espanta más que las militancias. Quizá porque para mí resulta antinatural comer en el pesebre ideológico de cualquier pirámide de mando, en la medida en que eso implica que, a cambio de tener el cerebro lleno de cómodas consignas, uno tiene que sacrificar la libertad de examinar con espíritu crítico lo que le proponen. Y también implica aceptar que, algún día, puede uno hacerse merecedor del castigo que implica la disidencia. El ejercicio de la legítima libertad del ser humano para pensar de los líderes y de sus acciones lo que le salga de la entrepierna. Llámense esos líderes como quieran. Sean del color que sean. Y aunque esos líderes nos sean simpáticos.
Me aterran los paraísos futuros con que las organizaciones políticas drogan a sus voceros. Lo mismo los que propone el paradigma neoliberal, que los de los nuevos socialismos emergentes. Sus representaciones me parecen groseras, ofensivas para mi inteligencia, inhumanas, acríticas en la mayoría de los casos. Servidoras del ansia de poder de estos o de aquellos.
Nuestro país, Ainara, es muy proclive a estas divisiones en bandos. Incluso, hemos acuñado un concepto que justifica nuestra guerra civil cíclica: las dos Españas. Una de ellas, Ainara, ha de helarte el corazón. Ya lo dijo un poeta nuestro que murió en el exilio. Aunque, si examinas cuidadosamente los mensajes que te mandan, te darás cuenta de que, en el fondo, las dos Españas no son tan diferentes. Es más: te darás cuenta de que, pese a las motos que intenten venderte, las dos Españas, los dos paradigmas (siempre hay dos) son uno y el mismo.
Besos de tu tío.

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Una respuesta a «»

  1. Avatar de Mújol

    Ainara, más besos de un lector de tu tío.

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