Durante esta última pascua yo he estado en Italia, en ese país mellizo del nuestro. He aprovechado que me daban un día de fiesta para pasarlo más al sur, con la esperanza de ver un poco el sol.
Italia estaba llena de símbolos religiosos por todas partes. Unos símbolos que, por lo que he visto, van desapareciendo poco a poco de la vida diaria española. A cada paso había una cruz, o una estampa protectora para atraerse el favor del cielo en los tiempos de dificultad.
Como te dije cuando te hablé de la navidad, soy religioso, en el sentido de que pienso que hay algo por encima de nosotros que premia los buenos actos y castiga las malas acciones; católico por tradición, pero creo también, Ainara, que Dios no lo es. O que, por lo menos, que Dios se parece poco a la imagen que difunde esta iglesia católica que más que madre (Mater et Magistra, se llama a sí misma) es madrastra para muchos creyentes. Esa iglesia cuya oficialidad, insistiendo en sus peores vicios históricos, reniega de toda modernidad, vive alejada de la ciencia y de las corrientes más actuales del pensamiento y el arte, es antidemocrática, inflexible y politiquera. Una iglesia que tiene fobia al sexo y en la que tú, como mujer que serás y a pesar de todos los paños calientes, estarás discriminada si es que decides participar en ella algún día.
Es muy improbable que Jesucristo, ese rabino enigmático al que nunca se le pasó por la cabeza fundar una nueva religión, se encontrase a gusto en la bulliciosa basílica de San Pedro. Y aún mucho más improbable que, de aceptar ser el jefe de los católicos, hubiese hecho declaraciones como las que está haciendo el decimosexto de los Benedictos, claramente ofensivas contra las demás confesiones. Lo cual resulta doblemente grave y cruel si se tiene en cuenta que el mundo está pasando por un momento en el que se necesita la unión de todos sus habitantes y que, en esa causa, la religión es un pilar fundamental.
La política vaticana actual es eurocéntrica, diplomaticamente torpe, defensiva, cobardica y quejumbrosa. El anciano que dirige esta iglesia en retirada, y que tolera hacia sí mismo un culto muy alejado de la humildad que predicaba Cristo, ha rezado públicamente porque los judíos se enmienden de sus errores (lo cual ha provocado que los hebreos hayan roto relaciones con la iglesia, qué distinta esta actitud a la que tuvieron con el fraternal Juan XXIII); también ha dicho, entre otras barbaridades, que los indígenas americanos sufrieron con la conquista española pero, de resultas, obtuvieron el beneficio de ser católicos, ergo, la salvación. Por no hablar de que, desde su anterior cargo, como guardían de la ortodoxia, el papa remachó la doctrina vaticana sobre moral sexual, anticonceptivos, celibato sacerdotal y un sinnúmero de temas que hacen que parezca que la bondad o la maldad de una persona se localiza principalmente en sus gónadas y en el uso que hace de ellas. En cualquier caso, nada que mejore realmente la vida de la gente.
Si la religión, Ainara, no está para aliviar el sufrimiento del ser humano. Si no es capaz de mediar entre el fuerte y el débil. Si no está para hacer más tolerable la vida en este mundo. Si no está para enriquecer al hombre mostrándole una perspectiva superior y trascendente. Si no es balsámica y aquieta el corazón en los momentos de sufrimiento ¿Para qué está?
Quizá a tu generación le corresponda descubrirlo.
Lo que está claro es que en esta vida lo postizo se cae; lo que no sirve, desaparece. No importa que haya durado mil años, o dosmil.
Besos de tu tío.
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