La nueva tribu urbana son los Krachern (pronúnciese “Kroja’n” aproximadamente) ¿Y qué son? La verdad es que las definiciones, de momento, son un poco nebulosas. Digamos que los Krachern se distinguen por su vestimenta, por el estrato social del que proceden y por la música que escuchan.
Atendiendo a estos tres criterios, el Kracher prototípico va vestido con un pantalón vaquero de pitillo, una camiseta (preferiblemente de rayas horizontales) y una sudadera por encima, de estas de cremallera y capucha, también de rayas o con calaveras. Zapatillas tipo Converse y chatarra, mucha chatarra, de esa que se puede encontrar en los expositores más baratujos del H&M.El conjunto Kracher se completa con una gorra –generalmente de color fosforito– puesta al desgaire sobre la coronilla.
Ellas, llevan la versión femenina de este atuendo, que no se diferencia del de los chicos más que por la gorra (la Kracher fetén carece), y porque los vaqueros son de cadera baja para mostrar el piercing o, directamente, la lorza. Ambos sexos lucen un bronceado púrpura de rayos UVA, precursor de las formas más malignas del melanoma y, en algunos casos, audaces estilismos, como por ejemplo, mechones de rubio oxigenado sobre paisaje azabache, producidos por aplicación de tinte de los chinos sobre las crines.
Si te apetece seguir esta atrevida tendencia estética, puedes encontrar más información aquí, en la página oficial del movimiento.
Los krachern son muy jovenes, de clase social media baja y habitan en los barrios más populares de la ciudad (Simmering y esos distritos en los que Dagmar Koller jamás se atrevería a poner el pie), reivindican el uso del dialecto vienés más proletario (particularmente la palabra “oida”, que es una palabra más antigua que el tebeo, corrupción de la muy germánica y muy hochdeutsch “alter” o sea, viejo, en el sentido de Bugs Bunny de “Qué hay de nuevo, viejo”). Y les gusta el Techno, que bailan con un estilo a años luz de los correctos movimientos sincopados que pueden verse en las discotecas pijas de moda (Passage) o en las academias de baile (en Viena, el fenómeno academia de baile está tan absurdamente extendido que no sólo enseñan el llamado “baile agarrao” en sus diferentes variedades, sino también los más desmelenados estilos de la música pós).
Los Krachern son la versión austro de la subcultura bakala española. Esa corriente nocturna, ágrafa y vacía que surgió alrededor de la música techno en los noventa. Son los jóvenes que han crecido mandando SMS, cuya forma de expresión más sofisticada es el emoticono, que se comunican por internet, que no se rigen por ninguna ideología clara (salvo ese nebuloso conjunto de valores que flota sobre los artículos más superficiales de los periódicos gratuitos). Personas que viven en ese punto de fricción que son los estratos más humildes de la sociedad, en donde la inmigración es un fenómeno amenazador con el que hay que convivir, la política es un eslogan, y la vida se mide por las temporadas del reality show de moda y se articula en las formas más adolescentes de relación. El universo es la pandilla. Su curriculum educativo es básico y su porvenir laboral no future, directamente.
El sábado estuve en una fiesta y me reí mucho porque una mujer algo más joven que mi madre (un poco mayor de cuarenta y cinco) contaba que había ido a Saturn –una tienda grande de aparatos electrónicos que hay en Mariahilferstrasse– y le preguntó a la dependienta, seguramente una Kracher de estas, en donde estaban los casettes. Utilizó en la pregunta las siglas MC, de lo más ochentera ella, y luego le aclaró “Musicasettes”. La chica la miró con la misma cara que si mi amiga le hubiera preguntado por las tarjetas perforadas o los discos de pizarra para gramola.
Está claro que todas las culturas Kracher caducan algún día.
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