A este respecto, recuerdo la primera vez que yo escuché a Kevin Costner tal como habla en su vida cotidiana cuando va a comprar el pan. Tiene una voz de pito, nasal, insoportable. Por no hablar de la legendaria mala dicción de Humphrey Bogart, o de la voz de borracha de Margot Kidder –la novia de supermán- que comentaba yo una vez en este espacio.
Reflexionaba yo ayer sobre este asunto viendo una película que, a pesar de ser anglo-americana hasta los tuétanos, tiene todos los defectos (y alguno más) que suelen asociarse al cine español. Se trata de “La hermana de la reina” (supongo que en español habrán elegido también este título tan espantoso). Una peli que da el repaso número n a la vida de Ana Bolena, una de las mujeres de Enrique VIII, cuya historia fue inmortalizada también en otra película no muy buena, pero de excelente título, “Ana de los mil días”.
La situación histórica es de sobra conocida: Enrique VIII, casado con Catalina de Aragón (espléndida Ana Torrent, por cierto) no consigue engendrar más que hijas. Los nobles de la corte (especialmente uno muy malvado) deciden utilizar el mismo sistema que con el torito bravo, de El Fary, y cambiarle al torito –en este caso Enrique VIII- la vaca, a ver si la nueva matriz engendra varón. Le preparan una cita a ciegas con Ana Bolena, pero el rey se encapricha de su hermana, la casta, la santísima, la muy sumisa, Mary Bolena. Y ahí estalla el conflicto, porque Ana, al sentirse postergada, se vuelve loca y no para hasta conseguir el amor del rey (lo del amor es un eufemismo en este caso, por supuesto). De camino, Enrique VIII se inventa la iglesia anglicana para poder divorciarse de Catalina de Aragón (tampoco se explica mucho, porque a esta peli le interesa sobre todo el historial ginecológico de las hermanas Bolena).
Hasta ahí, bien. Pasemos a la chicha: “La hermana de la reina” es una película “de época” como se suele decir. Pues bien, haciendo honor a la acrisolada tradición teatral inglesa, todo el mundo va vestido de Cornejo –célebre sastrería teatral del centro de Madrid-; como hubiera dicho el vate Zorrilla “desde la altiva princesa a la que pesca en ruin barca”.
Y así se da la situación de que, no sólo Enrique VIII sale inmaculado hasta el ridículo (las chicas, Johanson y Portman, también salen monísimas de la muerte), sino que los pobres de pedir (pocos) que salen en el film salen también con la ropa de mendigar los domingos.
Por otra parte, argumentalmente, el enfoque de esta peli es enormemente machista. Groseramente machista. Enrique VIII que, durante su paso por este valle de lágrimas, debió de ser un tipo bastante desagradable, es aquí mostrado como un seductor de musculatura pétrea y bronceado californiano (Eric Bana) por el que las dos hermanas se tiran de las trenzas. Un galán al estilo de las novelas de Rosamunde Pilcher. Le faltan sólo las sienes plateadas. No sólo eso, sino que las dos hermanas son caracterizadas como los dos prototipos de mujer que han existido desde que la literatura ha sido un negocio controlado por hombres: a) La santa, representada por Mary, que traga con todo y no tiene más ambición que ser una criatura en la sombra y b)El pendón desorejado, representado por Ana Bolena, una criatura que por el poder pierde el oremus y que utiliza todas sus armas de mantis religiosa para cazar a los incautos. Y a la que, finalmente, el destino castiga por su iniquidad.
Por supuesto, Enrique VIII es incapaz de controlar el cacharrito que tiene entre las piernas (hay hombres así, es verdad también) y está indefenso ante los encantos de la mantis, lo cual le deja también en una posición bastante poco airosa.
Ante esta situación, Scarlett Johanson consigue hacer una santa que no es del todo tonta (lo cual, dado el guión, es un considerable mérito), Natalie Portman se entrega a todos los excesos de Aurora Bautista (famosa actriz española de los cuarenta del siglo pasado especializada en pasar de rosca cualquier epopeya histórica), Eric Bana hace de follarín de la pradera (como hubiera dicho mi amigo N.) y Ana Torrent de española dignísima (el doblaje alemán era divertidísimo, por cierto).
La única que se salva es Kirstin Scott Thomas, una señora que, en la vida real, debe tener mucho sentido del humor.
Le tuvo que hacer falta para interpretar según qué escenas de esta peli.
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