Como siempre que suceden estas cosas –últimamente con molesta frecuencia– todo el mundo que ha tenido algo que ver de cerca o de lejos con la desgracia siente de pronto el prurito de largar por su boca todo lo que sabe. Y es que el ser humano, señoras y señores, no tiene freno y, aquí en Austria y allá en Madagascar, el objetivo de una cámara es el mejor soltador de lenguas.
En el heute, entrevistaban hoy a una excompañera de colegio de la prisionera más famosa de Austria, con permiso de Natascha Kampusch. Comentaba la chica el curioso estilo educativo del herr Fritzl. Lo raro que parecía que la chavala, Elisabeth Fritzl, nunca pudiera recibir visitas de los amigos.
A pesar de que, cuando se trataban ya habían empezado los abusos sexuales, la excompañera de clase (hoy en día una cuarentona con gafas y mechas) no recordaba a la hija de los Fritzl como una muchacha triste.
En Amstetten, en cambio, han podido escucharse frases sobre este asunto parecidas a esta:
Incluso, El Mundo, periódico español, citaba a un iracundo vecino de Amstetten que había expresado su deseo de que castraran al herr Fritzl y lo colgaran en la plaza del pueblo. O sea, el viejo procedimiento de “ponerle fuego do más pecado había”. La ley de Lynch.
Los aborígenes se toman la cosa con filosofía, devoran ávidamente los periódicos y los programas informativos especiales capitaneados por la simpar Ingrid Thurnher, que se pone el puñito debajo de la barbilla cuando escucha hablar a los expertos; y el primoroso Feuerstein al que ya debe estarsele haciendo la boca agua al pensar en repetir la jugada Kampusch y entrevistar, no ya a una muchacha escapada de las garras del ogro, sino a toda una familia de reclusos. Con el agravante de que, en el caso Kampusch, como se ha sabido ahora, los detalles sexuales se cubrieron pudorosamente pero en este que nos ocupa, el horror sexual es tan atroz que no hay forma de taparlo.
En una cosa, eso sí, se diferencian Austria y España (a Dios gracias). La ministra de justicia austriaca, señora Marie Berger, ha dejado bien clarito que al periodista que se le ocurra filmar a las víctimas, se le cascará una multa de 20.000 Eurazos. Porque esa gente ha sufrido ya bastante y hay que protegerles.
Igualito que en España, vamos. Que las hienas están esperando el olor de la sangre fresca para lanzarse sobre ella cámara en mano.
Mientras corría yo hoy en la cinta del gimnasio, pensaba yo en la cantidad de sótanos que hay en Austria y que, en Viena, por ejemplo, hay edificios que tienen más niveles por debajo de la tierra que a la luz del sol. En Austria, el sótano es una institución cultural. No es extraño que fuera un vienés el que descubriera el subconsciente que, al fin y al cabo, no deja de ser un sótano de la mente. Allí donde se guarda lo que no debe ser visto.
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