
Los menos templados, o aquellos que producen opinión para vivir (periodistas, psicólogos, políticos de la más variada catadura), se han apresurado a mesarse los cabellos al grito de:
En España, la lacra de la violencia contra las mujeres lleva ya un sinfín de víctimas (desgraciadamente lo de sinfín en este caso es literal) y aún no hay, en mi modestísima opinión, una actitud de autocrítica seria de la sociedad a propósito del tema. Sí: a todos nos parece muy mal que se pegue a las mujeres, y peor aún que los psicópatas que viven con ellas procedan a su eliminación, pero todavía hay mucha gente que considera los episodios de malos tratos como cosas que pasan en la esfera privada de las parejas. “Ya se arreglarán”, dicen. Y miran para otro sitio.
Como opinar es gratis, este cronista también va a dar la suya sobre Fritzl. Que es la siguiente: pensar que lo sucedido es producto de algún defecto cultural de la población austriaca es, no sólo burdo, sino una estupidez mayúscula. Locos hay en todas partes. Ahora bien, el caso de Amstetten ha puesto de manifiesto cosas que yo ya había dicho en este blog más de una vez, generalmente en tono de broma. Es el lado menos bueno de lo que ha hecho de este país lo que es: una de las primeras potencias económicas mundiales, un paraíso del orden y el concierto, el nirvana de todos los amantes de la simetría y del charme.
A los austriacos se les educa desde niños para ser correctos componentes de cuerpo social. Tienen fobia a destacar (por algo malo, se entiende). Sienten sobre sí el ojo del mundo, ese superyo, juzgándoles y condenándoles. Un “ojo social” que les hace ser enormemente conscientes de sí y, por lo tanto, amantes de guardar las apariencias para no despertar al monstruo.
A la gente que venimos del Mediterráneo (aún cuando la meseta castellana, mi lugar de origen, está a casi seiscientos kilómetros del mar) nos sorprenden siempre los violentos accesos de rubor de los aborígenes cuando, por ejemplo, tiran inadvertidamente un vaso de agua en la mesa.
Aunque siempre es peligroso generalizar, es verdad que les cuesta relajarse un poco más que a nosotros, aceptar que la vida es sucia, borrosa e imperfecta. Les cuesta desinhibirse, cuando lo que el cuerpo les pide es hacerle caso a su parte más carnal (porque los austriacos tienen un lado sensual muy acusado). El lado bueno de esto produce que Austria sea un país hermoso y limpio como un pensil; el lado malo es que individuos como el de Amstetten se convierten en maniáticos del control al intentar reprimir toda esa energía carnal (en el más amplio sentido del término) que no utilizan de otras maneras.
En cuanto a porqué nadie notó nada :el nazismo supuso para Austria un trauma nacional enorme. Que fue exorcizado como mejor se pudo, pero que dejó su huella, sucria y cruel, en el subconsciente colectivo. Las delaciones, las desapariciones, la existencia de campos de trabajo, como Mauthaussen, cerca de núcleos habitados. La participación de los propios habitantes del lugar en la caza y captura de los prisioneros. El hábito de guardar secreto sobre aquellos días. El olvido forzado del que los españoles sabemos tanto, por nuestra última guerra civil. Todo eso, hizo que los austriacos sientan un asco instintivo hacia todo lo que huela a espiar al vecino (o a ser espiados).
Para cada austriaco, su casa es su castillo. Hasta un punto que la gente del sur, que vivimos con las puertas abiertas a la calle, no podemos entender. Los trapos sucios se lavan en casa y al exterior siempre se le da la cara mejor. Es una regla de urbanidad que todo el mundo respeta.
Mi amigo T., que es español como yo, siempre dice que la austriaca es una cultura brutal. Yo creo que este país montañoso y pobre desarrolló una hosquedad hacia determinadas cuestiones que nos parece brutal a los del sur. Aunque en España somos brutales con otras cosas. Por ejemplo con la vinculación que nuestra cultura tiene con la muerte y el carácter bárbaro y cruel que tienen algunas de nuestras formas más atávicas de ver la vida. No hay más que examinar con un ojo critico medio abierto El Quijote, por ejemplo, que es la historia de una cadena de crueldades llevadas a cabo por los llamados “sanos” contra un enfermo mental indefenso. Una novela que, durante siglos, ha pasado por ser un libro de humor (!).En cualquier caso, pensar que, porque existan individuos como Fritzl todo un país está enfermo es, aparte de bobo, injustísimo, en mi opinión, para los millones de buenas personas que viven en Austria y que, por supuesto, no encierran a sus parientes en sótanos electrificados en contra de su voluntad.
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