Sin embargo, la noticia de Amstetten permite observar la dinámica que siguen estos fenómenos y que es interesante por sí misma, como puro fenómeno de la comunicación.
En un primer momento,”salta la noticia”.
El domingo en Austria y el lunes a primeras horas a nivel mundial. Los primeros detalles son confusos y cualquier pequeño trozo de información obtiene un enorme eco. Normalmente, estas informaciones son meramente textuales. Cadenas alfanuméricas. Palabras y hechos. Puede haber un primer espacio para el análisis pero; en general, en esta primera etapa, la primacía es del titular. A ciegas, los periódicos extranjeros tantean en la prensa local. Los traductores de Google funcionan a toda pastilla. Primeras ruedas de prensa con tendencia a la histeria.
Poco después, vienen los elementos gráficos. Generalmente también escasos. En el caso que nos ocupa fueron las fotos del llamado “sótano de los horrores”. Siete fotografías, ocho. La imagen de la ficha policial de Fritzl.
Las ruedas de prensa son en esta fase un poco más sosegadas, expositivas. Se lucha contra dos tendencias: la de la policía, empeñada en establecer una versión oficial más o menos desapasionada, y la de los periodistas, que intentan a toda costa rebañar detalles más jugosos, enfocar los datos disponibles para prolongar tanto como se pueda la fase uno, en la que el orgasmo informativo, debido a la novedad y a la “unicidad” del caso producen una alta utilidad en el receptor (nuestro cerebro funciona como los algoritmos de compresión: premia la información nueva y obvia la ya conocida).
Pocos testimonios secundarios.
Si algo ha caracterizado a este caso ha sido la tardía aparición del amigo de la familia o de la infancia, del vecino, del pariente. Hasta muy avanzada la semana (el miércoles, si no recuerdo mal) no empezaron a filtrarse testimonios de conocidos de Fritzl. Testimonios, me refiero, diferentes a la monolítica verdad oficial repetida hasta la saciedad: Fritzl era un hombre normal, nadie en el pueblo había notado nada, Amstetten es una ciudad tranquila.
El primer testimonio es el de la cuñada del criminal. Primero, imágenes fijas en la prensa. Después imágenes de vídeo. En la cocina de su casa con un calendario horroroso de Heidi de fondo, por cierto. Lo que en la jerga televisiva española se llama un total. En este momento, los afectados de cerca o de lejos por el crímen intentan establecer para sí mismos una versión oficial exculpatoria. Esta mujer comenta el carácter despótico del criminal y dice lo que se suele decir en estos casos: “A mí nunca me gustó”.
Al llegar a esta fase, el revuelo mediático ya es un veinte por ciento de novedad, un veinte por ciento de recapitulación de elementos conocidos y el restante sesenta por ciento de análisis y archivos. Esta es la fase en la que suelen entrar en escena los eruditos oficiales que crean “doctrina” a propósito de lo sucedido. Psicólogos con más o menos tendencia al desempleo, escritores, actores, todo tipo de personajes son solicitados para que opinen sobre un caso que ya está empezando a morir como interés informativo. Es el momento también en que se tira del recuerdo. Los servicios de documentación se desperezan y empiezan a rememorar casos espeluznantes, fijados ya en la memoria colectiva por los creadores de doctrina de hace una semana, un mes, cinco años. Se empieza establecer una versión oficial de los hechos. Un conjunto mínimo de informaciones de las que se tirará cuando el caso deba ser reciclado por la aparición de crímenes futuros. Se vincula a las víctimas con otras víctimas. Se aprovecha para comentar un poco la degeneración del mundo moderno.
En el caso de Fritzl, aparece el elemento peculiar de un realquilado resentido que comenta, ingenuamente, que su perro ladraba cada vez que pasaba por la puerta del sótano. Es el típico deseoso de notoriedad. Alguien que, una vez que ha pasado el desfile, quiere volver a subirse a las carrozas para gozar de una atención de segunda mano.
El único que ignora que, detrás de los desfiles, sólo hay charcos y papeles rotos.
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