El libro, que es una historia real, trata de la vida de cierto Christopher McCandless, hijo de una familia americana de clase acomodada que, a finales de los noventa, decidió abandonarlo todo y, bajo pretexto de encontrarse a sí mismo y unirse a la naturaleza, se internó en los bosques de Alaska sin los medios mínimos y, tras pasar meses con la misma dieta de San Juan Bautista (o sea, alimentándose de langostas y miel silvestre) murió de inanición, siendo encontrado, meses más tarde, por unos cazadores.
(Lo cual, si bien se mira, deja bastante mal parado a San Juan Bautista quien, entre langosta y langosta, quizá tuvo que comer alguna cosa de más sustancia: pero eso es otra historia).
Cada uno ve en los libros lo que Dios le da a entender y yo vi en este, aparte de las imágenes de otros McCandless que he conocido, la metáfora de una civilización, como es la nuestra, que goza, teóricamente, de todo el bienestar material pero que no sabe resolver cuestiones que, para tu bisabuela María, con todas sus carencias, eran de manual.
El hombre (y la mujer) modernos se encuentran ante un caos total en el que, no es que se haya producido una inversión de valores sino en el que, con ellos, sucede lo mismo que con todo: tenemos cientos, diferentes, equivalentes, atractivos,contradictorios, delante de nuestros ojos y, como en un supermercado, podemos elegir (o no).
La gente,sobrina, ha perdido el sentido de su lugar en el mundo y por lo tanto, ha perdido el sentido de sus vidas. Vivimos inmersos en un nivel de ruido que no nos deja pensar, convencidos de que el universo artificial que hemos creado es un lugar perpetuamente satisfactorio y controlable, que nunca nos traicionará. Pero siempre sucede lo imprevisto: la realidad nos explota en la cara y entonces, todas las preguntas, como en un turbión, afloran a la superficie.
La que llamaré Alternativa McCandless es una de las maneras de reaccionar ante esas invasiones repentinas de la realidad: de hecho, a juzgar por mi propia experiencia, los McCandless son un tipo relativamente corriente: hombres que gozan de una inteligencia bastante superior a la media, de una sensibilidad muy acusada, una cierta sobredosis libresca y una tendencia al idealismo suicida que les lleva, por ejemplo, a emprender viajes a países asiáticos con cantidades irrisorias de dinero en el bolsillo; o a conocer Islandia haciendo autoestop, sobreviviendo en albergues para indigentes o aprovechándose de los recovecos del mal llamado Estado de Bienestar para no morir de hambre. Ahora que lo pienso, el denominador común de este tipo de personas es su búsqueda de las privaciones materiales como una manera de encontrar unas respuestas que se encuentran igual con el estómago lleno si uno mira un poco alrededor.
Como siempre, yo te ofreceré la mía: querida sobrina: para vivir en paz contigo misma, para ser feliz, una de las cosas que tendrás que aprender es a decir que no: no dejarte imponer las cosas que no te gusten. Sin alharacas, sin grandes representaciones. Basta dar un paso atrás y dejar pasar la oportunidad hasta el receptor siguiente. Muchos intentarán convencerte, diciendo que, pasar por determinadas cosas (jornadas de trabajo interminables, puestos de relumbrón) serán la garantía de tu éxito. Fíjate bien en las palabras, sobrina, y no te dejes engañar: éxito no quiere decir felicidad en este contexto.
Con esta sencilla regla, no necesitarás acometer grandes heroicidades y, por supuesto, esquivarás uno de los aspectos más incómodos de la llamada personalidad McCandless: su afán adoctrinador que les hace ser un coñazo insoportable.
Un beso de tu tío
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