Y de eso, precisamente, hablábamos ayer. A pesar de la presunta ligereza de cascos de las suecas que Alfredo Landa perseguía por las calles de Torremolinos, Suecia es un país muy puritano. Mi compañero me ha informado de que, en la patria de los Volvo, el alcohol está severamente restringido, la prostitución, prohibida tajantemente y, en los anuncios de la tele, no pueden salir desnudos que inciten a considerar a los seres humanos como objetos.
Por supuesto, y como buenos protestantes del ala dura, los suecos son unas personas absolutamente iconoclastas. La sobriedad más total, que ha hecho posible el fenómeno IKEA, también impregna sus iglesias, que son espacios desnudos en donde sólo hay una cruz.
Todo esto hace que G. sea completamente ajeno a ciertos negocios directamente relacionados con el catolicismo del sur, como son la virgen y el culto a los santos. Ayer, en el curso de una conversación normal, salió el tema de los santos patrones (algo que dije yo, probablemente, sobre San Judas Tadeo y las causas imposibles, porque yo digo cosas así) y mi compañero requirió una información más extensa sobre esta variedad de la devoción y las advocaciones de María que, para mí, lo mismo que para todos los españoles, son un hecho cultural más.
Resultó bastante curioso explicarle en inglés lo de San Pancracio, el perejil ,y la consuetudinaria moneda de cinco duros con un agujero en medio.
O que, incluso el pueblo español de peor muerte, tiene su virgen propia (aquí el sueco abandonó su flema habitual y levantó las cejas ostensiblemente) y que las chicas del lugar son bautizadas de acuerdo con el nombre de esa virgen.
(-Pero, ¿En todos los pueblos hay una chica que nunca tiene sexo? ¿Nunca? ¿Y todas las chicas se llaman como ella?)
(*)En español en el original
El racional cerebro sueco se le quedó a cuadros. Tuve que explicarle la cosa tres o cuatro veces y entonces él me dijo:
A los extranjeros les alucinan mucho los nombres de chica más tradicionales en España –que se van quedando, debido a la influencia de las series americanas, como cosa de abuelas-; son nombres, en mi opinión, de una gran poesía, aunque algo políticamente incorrectos en algunos casos. Una mujer extranjera (y cada vez menos españolas) no consentiría en llamarse Angustias, por ejemplo. Pero no creo que haya nada que objetar contra Nieves, Henar, Mercedes, Rocío, o contra las Cármenes que, como todo el mundo sabe, son las de España y no las de Merimée.
En lo que tuvimos nuestro desacuerdo fue en el tema Dolores, que estuvo a punto de costarnos un contencioso:
Por toda respuesta yo tarareé esa coplilla de “No me llames Dolores, llámame Lola”, al tiempo que pensaba en el daño que ha hecho la leyenda negra.
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