Por suerte, la colonia española en Viena no es tan numerosa como la turca y pudimos dormir tranquilos. El viernes, tras el partido, se celebró en Viena el día del orgullo sarraceno (que, en algunos lugares, acabó a sopapos debido a que los croatas también tienen su pundonor). Música atronadora a las tantas de la madrugada, cláxones. Los hinchas de la patria de Ataturk no se dieron ocasión para el descanso. Eso después del partido. Antes, una muchedumbre vestida de rojo y blanco ya había tomado los transportes públicos.
Hoy, por cierto, se han visto las primeras banderitas españolas en los coches –porque el triunfo inmediatamente genera adhesiones- e, incluso, ayer a las once y media de la noche, mi amigo H.,aborigen él, poseido por la furia Roja, me llamó para cantarme Qué viva España desde la fanzone (ya que la sofisticadísima coplilla “A por ellos, oé/A por ellos, oé” aún no se la sabe, el angelico).
Naturlich, somos los namber guán de la prensa gratuita, que nos llama toreros y cosas peores. Los rotativos locales también se hacen eco de la desgraciada circunstancia de que en la fanzone la cerveza está al prohibitivo precio de 5,50 euros (incluso, para mayor escándalo, hacen la traducción a Schillings, aunque, gracias a Dios, no dicen eso de “los antiguos Schillings” que, en el periodismo español, es un auténtico cáncer). También hay que decir que las criaturas de la fanzone han tenido que pagar el alquiler de los puestos de birras a unos precios que ponen la piel de pollo, y que la carestía del sector inmobiliario está protegiendo indirectamente el hígado del paisanaje.
Esto del fúmbol tiene además sus consecuencias imprevistas y es que, gracias a Iker Casillas y sus compañeros de equipo, yo he sido una persona un poquito más popular durante el fin de semana. El viernes, desenterré una camiseta de los colores de la bandera nacional, con un ESPAÑA orgulloso en la pechera . Me la había comprado con ocasión del último mundial, en unas rebajas de New Yorker, y me costó como tres jEur o algo así. Ahí ya la gente me miraba raro, porque, como llevo perilla, pensaban que era turco y la cosa no les acababa de encajar (incluso, algún aborigen valiente, me preguntó para saber a qué atenerse). Pero el sábado también me la llevé al Lobau cuando fui a correr y aquello ya fue un no parar de aborígenes saludándome al grito de “Que viva España” , “Olé,olé, olé” u “Hola, hola”. Igual los corredores con los que me cruzaba que los que iban a paso normal. A los camareros de los bares se les ponía una sonrisa de sandía y el público asistente –la mayoría en bolas, porque el Lobau es zona FKK– también prorrumpía de vez en cuando en vítores de lo más racial.
Las sucesivas victorias de los nuestros en esta Copa de la Vida han venido aumentar el peso de lo que yo llamo “el factor país” porque, si ya en principio, los españoles somos para los austriacos esas personas Feurig (fogosas) que yo digo siempre, y la tierra del toro de Osbore, un paraíso de sol, siesta, sangría y olé, esto del fútbol ya hace que seamos para ellos la repanocha. O sea, que parecen decir:
-No sólo es que sean simpáticos, que lo son más que unas castañuelas es que, además, los jodíos, hasta juegan bien al fúmbol.
Y es que ya lo decían las folklóricas, con inspiradísima letra de Toni Leblanc, por cierto:
Con canciones de cualquier otra nación
Verás que en el mundo entero,
Lo que vale es lo español.
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