Explico esto del vello porque la frase ha quedado rara. Resulta que a mí, lectoras y lectores del mundo mundial, me gusta trabajar cómodo. Y como no es plan ese de hacer fotos a la japonesa chorreando de sudor, pues yo, fue llegar a la cabalgata o desfile, y me puse confortéibol. Quedéme en pantalones cortos, desnudito, obviamente, de cintura para arriba. Y, como en el país de los lampiños, el peludilllo es el rey, a muchos asistentes al desfile le pusieron bastante mis pelos pectorales (que hacen del resto de mis compatriotas los primeros europeos en gasto de artilugios depilatorios, y no es coña). Cada diez metros se me acercaba alguien y me metía un gutschein o folleto en la cinturilla de los vaqueros o me tiraban cosas regalitos desde las carrozas ( y yo, nada, impertérrito: clasclasclás con la cámara) o, inclusive, me enfocaban el objetivo (FOTOGRÁFICO) hacia la zona pechonal –que, por otra parte, no es nada espectacular- deleitándose, me da que golosamente, en la señal más visible de que nací en el Mediterráneo, como Serrat.
Sorprendentemente, tanta exhibición de mis carnes morenas no tuvo consecuencias. O sea, que, a pesar de la solana, no me achicharré vivo. Eso sí, no me libré de la conversación que me persigue:
AMIGO (Aborígen): ¿Calor? Pero si hace una temperatura perfecta. Cuarenta graditos de nada.
PACO: Pues yo estoy torrao, colega.
AMIGO (Aborígen): pero si tú eres español, deberías estar acostumbrado, ¿No?
En fin: que tras este chute de vanidad el domingo me lo pasé más calmadamente.
Como es habitual, e incluso diría que imprescindible para el equilibrio del alma, emprendí un paseo por el Lobau.
Allí, entre la floresta salvaje, fui pasto de mosquitos, escuché el amoroso croar de los batracios –que huían cuando yo ponía el pie cerca de donde estaban tomando el bochornote- e, incluso, tuve un especial estremecimiento cuando me subió la adrenalina al pensar, señoras y señores que, entre aquel pasto, tenía que haber unas garrapatas como camellos de la península arábiga.
En una de esas decisiones de las que uno tiene tiempo de arrepentirse, al pasar por el Lobau Museum (Museo del Lobau) le dije a mis acompañantes:
Nos abrió la puerta del sancta sanctorum y, lo primero que nos dijo fue:
Nos miramos, obedientes, y pudimos ver que, a la altura de nuestro esternón, un cartel de madera decía, amenazante:
“Tiene usted delante al único depredador de los animales”.
Shit yourself, little parrot.
Con estos principios, emprendimos un camino por el museo más grimoso del mundo, junto con el improvisado que Norman Bates tenía montado en su motel de carretera.
Bichos disecados de todas las especies, cascarones de insectos muertos atravesados con alfileres, grandes hongos resecos pudriéndose en la oscuridad, peces nadando en cubos de cristal de aguas turbias, telarañas en las que hubiera podido quedar atrapado un Boeing 747. Y yo:
Qué mal rollo, coleguita. Como hubiera dicho la Jurado:
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