He tenido el blog un poco desatendido estos días, pero es que he estado muy ocupado matándolos a andar, subiéndolos en diferentes medios de transporte, haciéndoles transpasar fronteras y exponiéndolos a la picadura de los mosquitos trompeteros austrohúngaros, que bonitos son para producir ronchones.
Hemos ido en Ferry de Viena a Bratislava, en la República Checa –ayer pasamos el día allí-, nos hemos bañado en las aguas verdosas de los lagos que refulgen al sol; han escuchado el silencio del campo y han comprobado, asombrados, lo viva y pujante que es la naturaleza en esta parte del mundo.
Naturalmente, los aborígenes se han enamorado de ellos, como no podía ser de otra forma. Porque A. Es buena, cariñosa y gentil y porque O. no sólo tiene buena mano con los adultos (esa habilidad que consiste en ser simpático sin empalagar) sino que Dios le ha dado un sexto sentido para tratar con los niños. Y si A. se ganó el corazón de una señora aborigen cuando se la presentaron y ella le dio dos besos con una naturalidad que no se estila por estos pagos, tengo fotos de O. que demuestran que un hombre se puede entender perfectamente con un crío de seis años aunque los dos hablen idiomas diferentes, siempre que compartan las ganas de divertirse y tirarse a bomba a las piscinas.
Los amigos, queridos lectores, son como espejos bondadosos que reflejan, sin inventar, sólo lo mejor de nosotros mismos. Con los amigos de uno cerca, uno se siente mejor persona (y, lo que es mejor, se puede echar unas risas). Aunque solo sea por eso, bendita sea la amistad.
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