Ayer, el diario español El País traía a sus páginas la vuelta a la política nacional (austriaca) de Jörg Haider, al que motejaba de “populista”. La verdad es que las próximas elecciones, por la pinta, y en la opinión de este observador imparcial, van a tener más populismo que otra cosa. De momento, en la cartelería que ya se puede ver por las calles, se perfilan dos grandes temas: uno, el mensaje implícito de que una mayoría fuerte terminaría con la crispación que ha envenenado el ambiente durante los últimos dos años. Dos: la inmigración.
Los socialistas han forrado la ciudad con carteles en los que se ve a su candidato Feymann contra un bonito fondo escarlata –vuelta a las raíces- y la expresiva leyenda “genug gestritten” (ya nos hemos peleado bastante). Frente a esta exhortación casi evangélica por la reconciliación, los conservadores –cartel negro: vuelta también a los orígenes, pues los conservadores son aquí de ese color- dan un puñetazo en la mesa y exclaman “es reicht!”; o sea: “ya basta!” (de peleas y de cambalaches, se entiende).
En cuanto a la inmigración: todos saben que el descontento con los inmigrantes es grande, en una población a la que no le molan los daños colaterales de una globalización que está proveyendo a la economía austriaca de combustible humano barato.
Lso länder limítrofes con el este recién abierto, en particular, echan pestes de las bandas que vienen, roban y vuelven grupas rapidamente en dirección a la tundra misteriosa. Los rumanos parecen haber salido particularmente duchos en este tipo de mangancia organizada y menudean las noticias sobre detenciones de indivíduos a los que se les piden los papeles del camión y salen con que llevan cargado el vehículo de mercancías sustraidas de algún honrado comercio transalpino.
Y luego están los turcos, claro, cuya existencia es, no hay que negarlo, un problema que data ya de los años setenta. El caso es que los turcos no terminan de integrarse. Por el recelo mútuo, ya se sabe. Se concreta, del lado turco, en una resistencia cada vez mayor a adoptar costumbres occidentales y, del lado austriaco, en algunos actos de discriminación disimulada bajo toneladas de la nata montada que aquí le echan a todas las cosas.
Todo esto tiene también su reflejo en la cartelería electoral. HC Strache, que ya se frota las manos por sus previsibles buenos resultados, espeta al electorado con un provocador eslógan: “Seguridad social para nuestra gente”. Dando a entender lo que no hace falta que se explique.
Los señores del Partido Conservador, proclaman a su vez que, “sin curso de alemán no hay permiso de residencia”. Una afirmación que pone los pelos de gallina en blanco sobre el tenebroso fondo negro que es la imágen característica de este partido.
Todos están ansiosos de demostrar que pueden manejar mejor que nadie un problema que, si la crisis económica se agudiza como promete, puede resultar crucial para la estabilidad social y política de este pequeño país.
De momento yo, que ni puedo votar ni querría, ya he empezado a sufrir las consecuencias de estos dimes y diretes: según una curiosa particularidad de las estadísticas austriacas a propósito de desempleo, las personas en formación o que reciban cursos de organismos públicos, no cuentan como parados (con la consiguiente alegría de los políticos en campaña). Así pues, la oficina competente ya me ha organizado un plan: empiezo en septiembre.
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