Estaba trabajando en Mundo Perdido, una cadena de televisión española, en un departamento que ya había iniciado el deterioro que lo llevaría, meses más tarde, a su completa desaparición. Había comido en el enorme comedor. Comíamos siempre de dos a tres, y llegábamos a dejar a unas compañeras en su sitio justo cuando empezaban las noticias. Recuerdo caminar por los pasillos, la cabecera de las noticias entrando, muda, en los monitores que hay cada diez metros. Y luego, la imagen que nos perseguiría, una y otra vez, durante las horas siguientes y que aún nos persigue desde entonces. Corrimos al sitio de mis compañeras, encendimos la televisión, subimos el volúmen. El presentador estaba contando que, según indicaban todas las apariencias –aquella imágen en NTSC de calidad un tanto defectuosa- un avión de pasajeros se había estrellado contra una de las torres del World Trade Center cuando de pronto ¡Zas! Otro avión atravesó la segunda torre y todos supimos que el mundo no volvería a ser igual.
Pasará a la historia el comentario inteligentísimo del presentador, tan acorde con aquellos momentos trascendentales.
El largo entrenamiento, por suerte, le impidió soltar ningún taco. Pero en cambio, llenó el silencio (largo) que siguió al impacto del segundo avión con un DiosmíoDiosmíoDiosmío que nos puso a todos la carne de gallina.
El comentario más inteligente (en serio) de aquel día lo hizo una mujer que, por otra parte, no tenía ninguna fama de serlo.
Avanzada la tarde, cuando una de las dos torres ya se había convertido en un amasijo de hierros retorcidos, dijo:
Aquello significaba que nuestra vida cambiaría para siempre (como de hecho ha sido así). El mundo de hoy es hijo de aquel 11 de Septiembre, de la operación Justicia Infinita, de la Libertad Duradera que vendría cuando a la Casa Blanca le pareció que el nombre no era el más adecuado para desencadenar las guerras con las que los Estados Unidos intentaron recuperar la autoestima perdida. Luego, vinieron las mentiras ante la ONU, los cientos de miles de personas despanzurradas en varias guerras que han hecho que el precio del petróleo estrangule la economía occidental.
El regidor de las noticias, aquel día, era un becario. Dios le tiró encima un telediario de ocho horas.
Cada vez que pienso en el 11-S pienso en aquel chaval, en aquel regidor al que M.P., el presentador debió mirar angustiado mientras, con la voz campanuda que había heredado de su padre, sólo acertaba a decir DiosmíoDiosmíoDiosmío.
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