Darle a la lengua
12 de Septiembre.- Estoy empezando a escribir en alemán y, la verdad, es una experiencia extraña. Sobre todo para alguien que, como yo, aspira a hacer de la escritura su profesión. Al hablar del tema con un amigo le decía que era como ir por la vida con guantes. Uno pierde el sentido del peso, de la medida, de la rugosidad o suavidad de las cosas. Igual al escribir en un idioma que no es el tuyo pierdes la noción del valor de cambio de las palabras. De pronto, tu equipaje linguístico desparece y no sabes si escribes como un niño de primaria o como un profesor (bueno, eso es fácil saber que no), o como la señora que te vende los schnitzels. Tu voz desaparece detrás de un conjunto de expresiones prefabricadas. Tu discurso se convierte en un frankenstein de retazos de conversaciones escuchadas en programas de televisión.
El lenguaje dice tanto de nosotros…Nuestra clase social, nuestro nivel educativo. Es el reflejo más exacto posible de nuestra manera de aprehender la realidad. Sin él somos vulnerables, estamos desnudos. Permanecemos impenetrables a la curiosidad ajena. Nadie más apátrida que el que no tiene un idioma que le ladre.
Uno de los faracasos más constantes de los españoles a lo largo de nuestra historia es que no hemos sabido convertir nuestra lengua, tan sonora, tan hermosa, en un vehículo eficaz de transmisión de cultura. Quizá porque el producto de los caletres de nuestros intelectuales (sobre todo en los últimos siglos) no ha sido lo que se dice brillante. Sin embargo contamos con un instrumento precioso para la difusión del pensamiento.
(Qué pena que los austriacos –salvo excepciones- no se den por enterados).
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