Cuando Viena se convierte en Saint-Olaf

14 de Septiembre.- Cuando yo era un jovenzuelo, me despipotaba de risa con las aventuras de Rose Neylund, la rubia de las chicas de oro, que venía de un pueblo surrealista que se llamaba Saint-Olaf. Pues bien: a veces, a uno le parece que Viena es un enorme Saint-Olaf, o que los conceptos que los vieneses tienen de una mañana apasionante no están siempre de acuerdo con lo que la Organización Mundial de la Salud define como salud mental.
Tras este largo preámbulo, diré que, si bien en España la llegada del Otoño está marcada por el florecimiento en los kioskos de los coleccionables más peregrinos, en Viena lo que florecen son las jornadas de Puertas Abiertas. Ayer fue la de los tranvías vieneses. A pesar de lo que se pudiera pensar a primera vista, un tema, en principio tan árido como los tranvías, hizo las delicias del pueblo soberano (particularmente del pueblo soberano de Simmering, distrito de Viena) que se congregó en las cocheras municipales para disfrutar de algunos ejemplares de una de las señas de identidad más conocidas de la metrópolis del Danubio.
En la imagen, un antiguo tranvía, retirado de la circulación por obsolescencia, es sacado a pasear.

El pueblo soberano, entre cuyas filas se contaba una buena porción de frikis de los trenes, contemplaba la actuación de una orquesta que atacaba, con buen humor, éxitos de Elvis. La señora vestida de época no remeda los tiempos del imperio. Es parte de una comparsa que, incomprensiblemente, estaba disfrazada de Buffalo Bill y sus secuaces (!)

Un hombre con zancos también caminaba por las cocheras vienesas, haciendo las delicias de grandes y chicos.
Los amantes de los tranvías también son amantes de los trenes en miniatura, ese hobby inócuo propio de jubilados y de eternos peter panes. En la imagen, un par de caballeros que le muestran al respetable diferentes modelos ferroviarios a escala.

También, para quien quisiera, había asesoría médica (se conoce porque un hobby tan sedentario acaba siendo perjudicial para las arterias). Controles de peso, de colesterol, de glucosa…Un primor.

La orquesta de la que hablaba antes.

Otro bonito ejemplar de tranvía antiguo.

La verdad es que, a pesar del sarcasmo, me lo pasé muy bien. Y fue muy curioso ver a la gente subida en los tranvías antiguos, y escuchar el famoso acento de Simmering, cumbre del lenguaje Kracher (ver tribus urbanas vienesas bakalas) epítome del proletariado Danubí.


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