Una música para leer esta entrada
Dos años contigo
3 de Octubre.- Querida lectora, querido lector: aquí estamos otra vez. Y van dos años. Tal día como hoy, empecé a escribir en este cuaderno.
Las razones para hacerlo fueron de índole práctica. En primer lugar, gastaba mucho tiempo escribiendo correos a mis amigos españoles y el blog era una manera de decirles a los de allá qué cosas estaba haciendo aquí de una sola vez. Entonces, no cabía en mi cabeza que nadie más pudiera estar interesado en mis aventuras. Por eso, en aquellas primeras entradas, hay muchísimas referencias a la realidad española de entonces. Unas referencias que, poco a poco, han ido desapareciendo. Para mí, España, es cada vez el país en donde paso mis vacaciones, en donde vive mi familia, en donde crece y abre los ojos a la realidad mi sobrina Ainara, tan presente en mi vida aunque estemos separados por miles de kilómetros.
En cuanto empecé a recibir comentarios y correos de gente desconocida, me di cuenta lentamente de que este blog lo leían personas cuya voz no he escuchado nunca. Esto dio origen a la segunda faceta –mucho más importante, en mi opinión- de este diario electrónico.
Cuando llegué aquí me encontraba muy solo. Nadie lo ha descrito mejor que mi compañero de curso de alemán, el mexicano, que, el otro día me dijo que, cuando llegó “sólo oía ruido”. Un ruido aislante, que no era solamente el desconocimiento del idioma, sino algo más. Era el no entender lo que estaba pasando a mi alrededor, el perder toda la red que cuando vives en tu país das por supuesta, y que te ancla a la realidad. No saber dónde tenía que ir para hacer tal o cual trámite burocrático (no saber ni siquiera que había que hacer tal o cual trámite burocrático), romper reglas no escritas, sutiles, sin darse uno cuenta; o tener que descifrar códigos que, por ser ligeramente diferentes a los españoles, eran tan inasibles.
Me di cuenta entonces de que este blog podía ser “una caja de la experiencia”.
–Paco-me dije- muy probablemente, quien se vea en tu situación tenga que pasar por las mismas cosas que tú pases. Si cuentas las soluciones que tú has encontrado, quizá le sirvan a alguien. Si son equivocadas, o engorrosas, o difíciles, quizá hasta les des la posibilidad de que, por eliminación, encuentren otras mejores.
No estoy seguro de haber hecho este blog tan útil como este programa sugiere, pero, día a día, y eso lo puedo asegurar, lo intento.
Por el camino, he aprendido a amar Austria que es, hoy por hoy, mi casa. Quiero a este país y a sus gentes. Y procuro hacerlo, siguiendo mi propio consejo, tal y como son, sin pedirles cosas que sé que no me pueden dar. Y, a causa de esto, el tercer motivo de escribir este blog es intentar establecer un puente de comprensión entre dos mentalidades que, siendo parecidas, están separadas por una barrera cultural más alta que los Alpes.
Me une a esta tierra un cordón umbilical de amor sin fisuras, y la visión de los campos austriacos, de sus ciudades, de sus gentes, de sus octogenarias férricas en bicicleta, me provoca una ternura que no puedo explicar. Poco a poco me he convertido en parte de estos valles, de este silencio, de esta manera de ver las cosas. También veo los defectos, pero trato de relativizarlos como se relativizan las faltas de nuestros familiares que son, quién lo duda, parte de nuestro corazón.
Desde el principio, tuve claro que, para integrarme, tenía que ser tan austriaco (o más) que los propios austriacos, y ese fue también (y es) uno de los objetivos de este blog: dar cuenta de mis investigaciones sobre “la austrianidad”; sobre qué piensan, qué comen y qué dicen los que yo aquí, con cariño no exento de ironía, llamo “los aborígenes”. El sentido del humor, como defensa, vino después. Integrarme no me ha supuesto, sin embargo, perder nada, sino enriquecerme con cosas. Una experiencia que, a ratos, ha sido dura, pero de cuyos resultados, y pidiendo de antemano perdón por la inmodestia, me siento más orgulloso cada día.
Quiero dejar para el final de esta carta de aniversario la mejor sorpresa que me ha traido este blog. La mencionaba un poco más arriba. Gracias a él he tramado relación con personas a las que, estoy seguro, nunca hubiera conocido de otra forma. Tú que me estás leyendo, por ejemplo. Y que quizá estés en España, en la misma Austria o al sur, en la cuenca del Mediterráneo, a lo mejor en las llanuras fértiles de Francia, en la efervescente América Latina, o en la boscosa América del Norte. Tus comentarios hacen que vea las mismas cosas desde otros puntos de vista, me hacen pensar y, en cualquier caso, saber qué estás ahí me llena de orgullo porque estoy convencido de que la altura y la anchura de un hombre se miden por sus amigos. Y mis lectores son todos amigos míos, puesto que con ellos comparto lo mejor de mí, que son estos textos que procuro limpiar y hacer presentables todos los días.
Por eso, por estar ahí y por leerme, te quiero dar las gracias por estar ahí, y quiero invitarte a que sigas pasándote por aquí de vez en cuando a ver qué se cuece en este rincón del centro de Europa.
Porque ahora, en este preciso momento, el futuro empieza a ponerse interesante.
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