Pero es que además, hoy he entrado a forma parte de una comunidad internacional, que es la del treinta y tres. Porque, mi querida niña, además de ser el 33 el número favorito de los médicos (“diga treinta y tres” dice el galeno con el estetoscopio sobre el costillar del paciente); treinta y tres es además un departamento de Uruguay, cuya capital se llama, pásmate, también Treinta y tres. Existen en este mundo, según la Wikipedia que todo lo sabe, la friolera de 49.318 treinta y tresinos legítimos y cabales (correctamente llamados Olimareños) según cifras del año 2004. No se cuentan supongo aquellos que, por edad, pasamos todos los años a formar parte (aunque sea honorífica) del censo.
Treinta y tres es, como ya dije, la edad en que San Agustín tasa la antigüedad de nuestro cuerpo glorioso, ese que resucitará el día del Juicio Final para ser enviado a la bienaventuranza eterna o a asarse a fuego lento en las parrillas de Satán. Y treinta y tres eran los testículos que tu bisabuela decía que habia que tener para que no nos saliésemos con la nuestra en alguna travesura.
A día de hoy, Rafael Nadal lleva ganados, según el diario Marca, 33 títulos a sus veintipocos años (cifra que promete seguir subiendo desvergonzadamente) y según un reciente estudio un 33 por ciento de tus contemporáneos (infantes) viven en familias en las que el nivel de estrés puede calificarse de elevado.
33 años hará en noviembre que murió Franco (¿Y quién es ese? Te preguntarás tú: un viejo, hija, un viejo) y la línea madrileña 33 es la única de la capital que admite que sus usuarios suban sus bicis. 33 días duró la guerra que enfrentó a Israel y al Líbano en Julio de 2006 y, por fin, con 33 años dicen los exégetas que fue la edad en que Jesucristo fue crucificado –esperemos que a mí no me toque pasar durante este año por ningún trance ni de lejos semejante-.
Un año más, Ainara, en fin.
Besos de tu tío.
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