En su partido, lógicamente, aún no se recuperan del shock. Haider les había sacado, en las últimas elecciones, de la inexistencia y les había aupado al 10 % de los sufragios. Por otra parte Haider era una figura polémica dentro y fuera de Austria. Particularmente desde que, formando coalición con el ÖVP, había aupado a los conservadores a la cancillería en los años noventa. Se podía decir de él que no era listo pero que, como a todos los de su tipo, Dios le había dotado con un talento singular para la autopromoción y para tener claro lo que sus votantes querían oir.
Haider quedará asociado para siempre fuera de Austria a la defensa o justificación del nacionalsocialismo –rompiendo la opinión oficial, monolítica tras la guerra, de que aquella época bochornosa sólo trajo vergüenza y horror-; dentro de Austria, su figura ha sido siempre polémica. De vez en cuando salían sueltos en la prensa en los que esta se hacía eco de los excesos del político, con el alcohol y, según insinuaciones más pérfidas, con los bellos efebos, a los que se decía con medias palabras, suficientes para el buen entendedor, que Haider tenía una afición inconfesa.
No es momento sin embargo para recordar este tipo de cosas: el duelo es cerrado en todas las emisoras nacionales y todos los políticos lamentan la repentina desaparición del Presidente de Carintia. Pasa siempre: delante de la muerte todos recuperamos conciencia de nuestra pequeñez. Sic transit gloria mundi.
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