Hasta donde yo estoy informado, la cobertura del accidente mortal de Jörg Haider en los periódicos austriacos está siendo realmente discreta.
Dada la buenísima fama de la que el finado disfrutaba en Carintia, la región que gobernaba, y dado también que no se sabe qué hará la aritmética parlamentaria del futuro gobierno austriaco –¿Pasarán a formar parte de él los compungidos correligionarios del fallecido?- y dadas también las circunstancias súbitas y desgraciadas en las que se produjo la muerte del político (acudía a visitar a su madre nonagenaria) los medios locales están pasando de puntillas sobre una serie de circunstancias que rodearon las últimas horas del líder ultraconservador.
Ninguna de estas circunstancias, sin embargo, concurre en los periódicos españoles que, ni son respetuosos con el prójimo (menos aún si ese prójimo está de cuerpo presente), ni le deben ningún respeto a su familia (que, al fin y al cabo, se encuentra a miles de kilómetros de Madrid) y que, por razones obvias, ni quitan ni ponen canciller en el palacio que está frente al Volksgarten.
Así pues, el periódico español El Mundo, como puede verse en el pantallazo que adjunto, ha contado que Haider (q.e.p.d.) se pasó sus últimas horas en este valle de fábricas de tristeza en la presunta compañía de también presuntas coristas, en el club Le Cabaret, de la localidad austriaca (pija) de Worthersee, refugio favorito de millonarios y otras gentes de mal vivir.
Como si se hubieran olido la tostada (que a mí me da que algo han visto) los periódicos austriacos (el Kurier, verbigracia) se han apresurado a publicar el desgraciado desliz que cometió ayer el jefe “del mayor partido de la oposición”, según florido rodeo acuñado por los periodistas que le son afines para demostrar que el presidente del PP, aunque no gobierne, también es un personaje al que hay que tener en cuenta.
La traducción alemana de las palabras del señor Rajoy queda un tanto deslucida, debido sobre todo a lo abrupto y, sobre todo, lo limitado de los tacos germánicos –los austriacos son gente que carece del refinamiento insultador del que hacemos gala los meridionales-; así pues, “el coñazo” de la versión original, queda convertido en la “Scheiss-Militarparade” (“la mierda´l desfile, vaya); una expresión que no deja traslucir nada del soberano aburrimiento que debe producir gastar una mañana dominical en contemplar el desfile, en apariencia interminable, de unos señores uniformados al ritmo de una música que, aceptémoslo, una vez se ha escuchado durante varias horas, debe resultar un tanto monótona.
En mi casa siempre hemos visto el desfile debido a que mi abuelo trabajaba en una de las entidades organizadoras. Entidad a la que luego se incorporaron mi tío, un primo mío y el marido de una de mis tías. Pero, eso sí, una vez vistos “los nuestros” a los que no estábamos directamente vinculados a la cuestión se nos terminaba el interés. Sólo nos hacía gracia ver a la cabra de la Legión (un carnero, según los locutores que comentan la transmisión en TVE en el momento en que escribo). Quizá por esto, se comprende que a Rajoy al hombre le dé un poco de pereza la contemplación íntegra y sin pausas del incesante pasar de nuestras tropas.
Esperemos que se dé cuenta de que actos como este están incluidos en su sueldo y que, después de todo, peor es estar como Haider cuyos ojos se cerraron ayer, para sorpresa de sus deudos, que ven que el mundo sigue andando.
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