¿Quién?
¡El Doktor Helmut Zilk!
El antiguo alcalde de Viena y, lo que es más importante, el marido de Dagmar Koller. Como alcalde, Zilk fue el responsable de embellecer Viena y de intentar sacarla de cierto amuermamiento (que aún conserva en cierto modo) a través de sus esfuerzos para volver a introducirla en el circuito de las grandes ciudades internacionales. Bajo el mandato de Zilk se empezó a celebrar el Lifeball, por ejemplo. Fue famosa tambien la libreta de Zilk. Cuentan que el Herr Doktor se paseaba siempre con una libretilla en el bolsillo y que, cuando veía que algo estaba mal (una caca de perro inoportuna, una farola que no alumbraba) sacaba su pluma y su cuadernito, apuntaba el desperfecto y, con tenacidad, no paraba hasta encontrar al responsable.
También fue famoso por su coraje después del atentado que le arrancó de cuajo cuatro dedos de la mano derecha en 1993. A la semana de estar a punto de morir, dio una rueda de prensa legendaria mostrándole al mundo la zona cero de su mano. Desde entonces, el Doktor Zilk, sin duda asesorado por su mujer, se paseaba por este mundo con unas fundas que le cubrían el muñón, que siempre iban a juego con sus impecables corbabatas de vivos colores y dibujo discreto.
Desde que el Doktor pasó al honorable estado de pensionista, repartía su tiempo entre su quinta en Portugal (en donde era vecino, por ejemplo, de Cliff Richards) y sus deberes como vaca sagrada de la socialdemocracia austriaca –deberes que incluían presentar un programa de entrevistas en la ORF-. Enfermo del riñón desde hace tiempo, el Doktor Zilk había pasado durante los últimos años por varios achaques de los que siempre se recuperaba con un humor sardónico (muy vienés) que parecía ser una de sus mejores cualidades. No le hacía falta decir nada pero, a cada melífluo elogio a Daggi Koller, su mujer (una pedazo de operetten diva de las que ya no quedan, por cierto) uno podía imaginárselo a él, en cama, cercado por los catéteres amenazantes y a ella revoloteando por la habitación vestida de vaporoso rosa y lanzando al aire azucarados gorgoritos: una situación para acobardar a alguien menos bragado que Zilk.
Hoy ha fallecido, a los ochenta y un años, y Viena se ha quedado un poco más huérfana.
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