Paris Hilton: Una mujer que experimenta cada día el drama de la pobreza
Teoría de la Relatividad

29 de Octubre. Querida Ainara: un día, descubrirás que la memoria selecciona fragmentos significativos y que, al cabo del tiempo, esos trozos de tu vida vuelven a la superficie de tu mente, dándole a tu vida una estructura que no tiene en realidad.
Recuerdo, por ejemplo que, al final de mi cándida adolescencia, dije una vez que, si me tocase mucho dinero en la lotería, lo depositaría en un banco y me esforzaría en vivir exactamente como lo hacía entonces. Tu abuelo, supongo que con un criterio más práctico que el mío, me miró y puso los ojos en el techo. Sin embargo, Ainara, tengo que decir que, en aquel momento lo pensaba y que, es más, hoy por hoy sigo manteniendo aquellas palabras, a pesar de que sé que delimitan una utopía más insensata que cualquiera de las que parió el siglo XX.
En aquellos momentos, mis ingresos consistían en lo que ganaba con mis clases particulares –desde los catorce he tenido alumnos de los que, con los años, he aprendido mucho- y adaptaba mis necesidades a estas modestas cantidades. Mis placeres eran tan franciscanos como el presupuesto que los mantenía: largas tardes de billar y futbolín, paseos entretenidos con pipas y conversación, unos perritos calientes comprados en la tienda del guarro (en cada pueblo hay uno). Ocasionalmente, un viernes por la tarde dedicado al cine. Los lujos consistían en unos cuantos libros mensuales y en algunas cintas de vídeo VHS en las que grababa mis series favoritas. Siempre tuve la habilidad de no desear nada que no pudiera pagarme (un empeño que, de todas formas, sólo fue voluntario a medias). El entorno hacía el resto: mis amigos eran igual de pobres que yo, y sacaban el mismo jugo de aquellos placeres tan modestos.
En resumen: éramos inmortales y, dado lo esquemático de nuestros caprichos, también éramos ricos ¿Se hubiera podido desear más? Ni los dioses, allá en su lejanía olímpica, se nos hubieran podido comparar.
Luego, Ainara, vinieron los trabajos, y con ellos las hipotecas, los coches, la competición. En mi caso, también vino la emigración y, con ella, la necesidad de ajustarme a una dieta presupuestaria severísima. Las primeras semanas fueron duras pero después, no te lo niego, mi mayor problema fue explicarle a los demás que había descubierto dos cosas: una, que al contrario de lo que parecía pasarle a todo el mundo, la acumulación de objetos no me hacía feliz; y dos: las cosas que realmente me importaban, aquellas que ambiciono, las que con su escasez estimulan mi apetito, no se pueden comprar con dinero.
Quizá sea que, lo que en realidad sucede, es que mi concepto del lujo es muy distinto del del resto de la gente. A veces, no te engaño, me digo que, si todo el mundo fuera como yo, la economía mundial se iría a la porra rápidamente (o sea, más rápidamente de lo que se está yendo en la actualidad). Solo necesito comer todos los días –cosa que, de todas formas, es un desafío para una parte vergonzosamente grande de la humanidad-, una conexión a internet y un lugar en donde hacer deporte. Como no tengo espacio en casa, me he visto obligado a renunciar incluso a muchísimos de mis libros y exprimo hasta la última posibilidad de mi cámara digital, el objeto que me sirve para intentar huir del acecho del tiempo. Compro, eso sí, muchos DVDs que son mi único fracaso sostenido en esta política de austeridad.
A los austriacos, seres industriosos que, generalmente, valoran el dinero por todo lo que tiene de indicador del éxito, tengo que explicarles que mi falta de ambición en este aspecto no es en absoluto orgullosa, ni siquiera una opción ética, como el vegetarianismo; sino que es la voluntad decidida de permanecer ligero de equipaje y también, por qué no, una especie de loco intento de volver a aquella arcadia primordial en la que, por una vez, fui rico e inmortal (aunque fuera falsamente).
Besos de tu tío.

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Comentarios

2 respuestas a «»

  1. Avatar de amelche

    ¡Ja, ja, ja! Me parto con el pie de foto que has puesto. Yo siempre he pensado que, si me tocara una burrada en la lotería, primero, pagaría las deudas, luego me daría algún capricho (que son más o menos tan franciscanos como los tuyos), después daría dinero a mis familiares y amigos más íntimos, un poco a cada uno y según sus necesidades. Y, si aún quedaba algo después de todo eso, pues lo guardaría por si acaso, pero yo seguiría trabajando y con mi vida, que es lo mejor que hay para no descentrarse.

  2. Avatar de Paco Bernal

    Hola:Gracias por tu comentario:La gente, cuando recibe un golpe de suerte así, suele perder mucho la cabeza y, a los tres o cuatro años, quedan tan pobres como al principio. Yo haría exactamente lo mismo.Saludetes,P.

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