Digo que esta decisión suya me ha hecho pensar porque el asunto plantea una serie de cuestiones de fondo que a mí me parecen importantes y que traigo aquí porque quizá mis reflexiones sean útiles para quien tenga planeado irse a vivir fuera de su país de nacimiento.
La cuestión es peliaguda: cuando uno aterriza en un país con la intención de quedarse, ¿Cuál es la actitud más adecuada?
Naturalmente, no soy quien para dar consejos (sobre todo porque, en contra de lo que parece haberle pasado a la compañera residente en Eslovenia, yo no he tenido jamás ningún problema en Austria). Sin embargo me gustaría compartir con mis lectores la mejor indicación que he recibido a este respecto.
Me la dio mi amiga A., una mujer inteligentísima (no es porque sea amiga mía, es que es verdad). Un día, hablando del año que había pasado con su marido en Australia, se puso seria y me dijo:
Y así, sobre todo al principio (había que hacer méritos) me atiborré de salchichas y castigué mi hígado consumiendo a cascoporro licores digestivos abominables y grasas saturadas a tutiplén; saludé dando la mano hasta a personas a las que hubiera besado sin problemas, me quité los zapatos al entrar en todas las casas, me puse cosas marrones con cosas azul marino (aún cuando al hacerlo se me retorcían las tripas) y, en resumen, hice en Rome lo que hacían los Romans. Incluyendo, sobre todo, la tarea de aprender la lengua vernácula de los güeven e intentar usarla desde el principio, aunque tuviera que explicar cien veces al día (eso sí, sonriendo siempre) que yo era un pobre emigrante que llevaba un estandarte en el pecho con la alegría de España (como dixit don Juan Valderrama).
Repito que yo he contado siempre con un trato excepcional por parte aborígen cosa que, desgraciadamente, no parece ser igual en Eslovenia. Y eso que yo les he criticado lo mío–como este blog prueba-; eso sí: al criticar hay que pensar también que uno es un huésped en casa ajena. Ponerse esto por delante te ahorra recibir contestaciones desagradables, provocadas por malentendidos que se dan por fuerza entre gente de cultura (e idioma) diferentes. Hay que ponerse siempre en el lugar del otro y no perder nunca de vista que cada persona que nos trata bien podría no hacerlo. Y cuando recibes una mala contestación o una mirada rara, aplicar el consejo evangélico, poner la otra mejilla, sacar pecho, y decirse:
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