Peret, año 1974 en el festival de Eurovisión (Señor, no mires nuestras letras sino el ritmo de nuestras rumbas). En fin…
Canta y sé feliz
31 de Diciembre.- Querida sobrina: hoy es el último día del año 2009 y, sin duda, la fecha que más aborrezco. Quizá porque es una celebración programada y quizá también por cierto supersticioso temor que no sabría explicar. Sólo me lo he pasado bien en nochevieja un par de veces. La que marcó el paso de 1995 a 1996 fue una de ellas. Mi única macrofiesta, por cierto. Pero sabía que estaba poniendo el pie en un año mágico. Son certezas que a veces te da el corazón. Bailé (literalmente) hasta el amanecer. Y, cuando los primeros rayos del azulado sol de enero se colaron por los ventanales del polideportivo en donde estaba, hubiera deseado unas persianas que “corrigieran la aurora” (Sabina dixit) para prolongar eternamente aquella noche a ritmo de rumba.
También lo pasé bien el año pasado, a pesar de que la fiesta no terminó tan tarde (o tan pronto, según se mire) porque aquella nochevieja fue, para mí, la celebración de cierta seguridad en Austria –sobre todo idiomática-.
Por lo demás, conforme la medianoche se va acercando empiezo a sentir una angustia tremenda, como si lo inevitable que es el paso del tiempo se hiciese más presente que otras veces. Y me entra una avaricia enorme de los días que, inexorablemente, queda tras de mí. Todo Ainara, se vuelve quebradizo a mi alrededor y los “Feliz año”, en el idioma que sean (y hablo una modesta cantidad) me suenan todos, pero todos, a despedida.
Si fuera más valiente (o no tuviera más compromisos), apagaría la televisión y la radio, guardaría el ordenador en el cajón en que duerme cuando vienen visitas a casa y me pondría una película que no tuviera que ver nada con las fiestas bulliciosas que hay a mi alrededor. Si fuera posible, dormiría hasta el día dos, tan tranquilamente, y me despertaría otra vez en la normalidad, con el cambio de fecha como único recordatorio fastidioso de que un año más, joven, tierno aún, ha llegado por fin.
Los antiguos creían que, durante este tiempo, se despertaba en los hombres la capacidad de predecir el porvenir (un rastro de esa creencia es que, durante estas fechas, todavía regalamos calendarios y agendas). Durante muchos años, yo he jugado a predecir qué me pasaría durante los siguientes trescientos sesenta y cinco días. Lo apuntaba en un papel (en mi diario, generalmente) y luego, al llegar junio, comprobaba los aciertos. Eran bastantes. Este año (aún) no me ha llegado la información por la vía que solía. La intuición, durante 2008, ha ido durmiéndose lentamente.
Será pues un año para las sorpresas. Esperamos que todas ellas buenas. El año de tu segundo cumpleaños, Ainara. Un año en el que aprenderás tantas cosas importantes. El 2008, que empezaste reconociendo tus manos (esos apéndices extraños e ingobernables al final de los brazos) te ha enseñado a andar ¿Qué nuevas maravillas traerá el nuevo?
Te deseo desde la distancia, corazón mío, lo mejor. Ríete mucho.
Besos de tu tío.
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