Foto: EFE
8 de Enero.- El ser humano tiene una gran capacidad de acostumbrarse a todo. Convertir lo extraordinario en rutina parece ser una de nuestras habilidades más evidentes como especie.
En este momento pasa algo y, al minuto siguiente, ya nos estamos aburriendo. Así que aquí estamos, una semana después de que el frente polar tocase el país alpino, y ya el frío parece haberse hecho parte inseparable de nosotros. Inconscientemente, nos abrigamos más al salir de casa, no se nos olvida el gorro en el perchero, contamos con que, si no nos ponemos guantes, los dedos nos quemarán hasta dolernos.
Quizá sea esta la característica humana la raíz del dicho que asegura que no hay mal que dure un siglo (ningún mal dura cien años porque en el minuto tres ya estamos acostumbrados a la desgracia) y es un milagro que las religiones hayan aguzado su ingenio a lo largo de la historia para encontrar tormentos con los que asustarnos haciéndonos creer que, frente a ellos, la capacidad humana de hacerse a todo sería inoperante. El infierno, para serlo realmente, deberá de ser como el chorrito de aquella fuente de la que bebíamos de niños: siempre diferente pero siempre idéntico a sí mismo.
Lo que vale para el frío vale también para la crisis económica y para la cíclica guerra entre palestinos e israelíes. En Austria, ambas cosas tienen repercusión, y ambas, por efecto de la rutina, van perdiéndola al mismo tiempo. En la radio, compiten con la economía por la preeminencia en los titulares.
Por cierto: resulta muy curioso cómo en este país, una de cuyas señas culturales más sobresalientes es el respeto por el trabajo ajeno, la radio informa todos los días del inquietante goteo de las quiebras que van tocando a las empresas austriacas, paralizándolas primero, para luego reducirlas a esos montoncitos de ceniza financiera en que terminan convertidas las compañías muertas.
Todos los días, al escuchar:
-Hoy, la empresa Fulaniten GmbH ha anunciado que sus ciento cinco trabajadores han sido dados de alta en el servicio de desempleo.
Siente uno la misma sensación de dentera que cuando se está frente a un corcho lleno de mariposas resecas atravesadas con alfileres de cabeza vidriada.
Resulta llamativo el contraste, sin embargo, con las noticias que se han dado estos días sobre la llamada guerra del gas de la que hablábamos ayer. Se tenía la sensación de estar escuchando al presentador que iba anunciando los ragtimes que interpretaba la orquesta del Titanic. Un barco cuyos pasajeros, a buen seguro, no tardaron más de media hora en acostumbrarse a la sensación del agua gélida del Atlántico Norte empapándoles los bajos de los pantalones.
Deja una respuesta