El presidente del Gobierno español, Sr. D. Jose Luis Rodríguez Zapatero, acudió a las instalaciones de la cadena de televisión pública española (TVE) para contestar a las preguntas de cien ciudadanos elegidos dizque al azar. Una muestra que quería ser representativa y, por lo tanto, portadora del sentir del Pueblo. La voz de la calle, vaya.
Anque yo no sufro más que por delegación los errores del presidente, ni disfruto de sus aciertos más que porque mejoran la vida de quienes quiero (que aún viven mayoritariamente en España), me hice una sopa de sobre (no doy pa´más) y me senté delante del televisor.
Dejo para mis lectores la opinión que les suscitó lo que se coció en el debate. Yo sólo diré un par de cosas relacionadas con la temática de este blog.
Para ello quisiera recordar a quienes me leen ese momento de tensión embiental en el que el primer sacerdote más o menos normal que se ve en la tele en mucho tiempo (*) interrogó al Sr. Rodríguez sobre su opinión sobre el aborto (no se rompió la crisma el hombre, tampoco). Disimulando bajo varias toneladas de caridad cristiana que, como se suele decir “le tenía ganas”, el cura le preguntó a Zapatero lo único que él no podía contestar: su opinión personal.
Tanto se empecinó el clérigo que, el presentador de la cosa, tuvo que pararle los pies con la educación que su hermana gasta para pararle los pies a los fulanos que encierra en la casa de Guadalix de la Sierra todos los años.
Esto me recordó una escena no menos tensa que presencié yo hace semanas en el informativo nocturno de la ORF.
Al ser preguntada (educadísima, pero incisivamente) sobre un tema de esos que pueden salpicar a quien no los maneje con tiento, la Frau Justizministerin se negó hasta tres veces a dar una contestación (tres: parecía San Pedro) y, a la cuarta, como la situación corría el riesgo de volverse tan absurda como desagradable, le dijo al presentador:
Por lo demás, ya digo que en Austria no se somete a los políticos a ningún experimento como el de ayer (tanto mejor, porque hubo ratos en los que nuestro premier corrió el riesgo de quedar como Cagancho en Almagro). Quizá porque un programa de esta clase arrastra casi siempre de forma inevitable un componente emocional que repugna un tanto a los austriacos. Aquí la política puede ser un circo (que lo es), pero en los platós reina mi Ingrid Turnher concediendo turnos de palabra en debates en los que se hacen preguntas en el mismo tono de arrebatada frialdad con que en Apostrophes se comentan libros.
En Austria, nada de curas, ni de chicas con síndrome de Down, ni amas de casa paradas ni funcionarios que le reprochan al Gobierno su tibieza con la Conferencia Episcopal. Aquí, nadie tiene una pregunta para usted, Herr Präsident.
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