Ayer, por suerte, sin embargo, recordamos esta manera de desgastar suelas. Mi primo N. cumplía una edad que no se corresponde nada con lo mucho que ha vivido y, para celebrarlo, salimos de noche. Primeramente, decidimos visitar el Flex, un local situado en Schottenring, y que es famoso en toda Viena por ser el punto de encuentro de un amplio abanico de personas: desde la marginalidad, a una cierta izquierda pija que, por unas horas, abandona los altares de la crema de la intelectualidad para probar el sabor más agridulce y grotesco de la madrugada. El Flex da al Franz Josephs Kai (justo junto al río) y de camino a su puerta se ven todo tipo de fulanos que te hacen recordar los rincones más sórdidos de la noche madrileña: miradas aceradas que salen del cuello de un plumas, caras de mujer macilentas iluminadas fugazmente por la luz de una farola. El caso es que el Flex tiene un predicamento que nosotros encontramos totalmente injustificado. Cuando estuvimos había demasiadas gente puesta de sustancias para que uno no tuviese la sensación de estar ante una versión del video de Thriller, sólo que sin gusanos.
Tras una cerveza y una mirada algo desconcertada a los movimientos espasmódicos de los muertos vivientes (incluida una chica en la frontera de la pubertada que, empastillada perdida, hacía ejercicios de yoga en mitad de la pista de baile) decidimos ir al Jenseits (*) cual, después de lo de anoche, se ha ganado dos premios: a) a la peor extracción de humos y b) al local más divertido de Viena. Bailamos hasta la madrugada abriéndonos paso a codazos cuando fue preciso. Y también tuvimos ocasión de comprobar la certeza de esa ley inexorable que dice que, en un bar de bote en bote, la gente siente el impulso irrefrenable de irse, a golpe de codo, hasta el fondo del local para luego volver a su sitio original, satisfechos de haber completado la hazaña sin ningún tipo de objetivo.
La música del Jenseits es sofisticada, pero, sobre todo, variadísima: el Julio Iglesias más reivindicable (los años 70, el esplendor), Johny Halliday, los grandes éxitos de los rompecaderas balcánicos, italianos de los sesenta, versiones alemanas de grandes éxitos internacionales (I will survive, ese jitazo al que ningún idioma le es ajeno), ská, pop variado.
En fin, que sudorosos y contentos (aunque fuera bajo la lluvia) regresamos a canas como menos canas y más alegría en las articulaciones.
(*) Más allá
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