El punto de partida es conocido a estas horas, después de la campaña de promoción: Benjamin Button es un hombre que nace viejo y que, conforme van pasando los años, va rejuveneciendo. De ser un decrépito niño de 80 años, a un ancianísimo niño de pecho. Un trayecto vital a lo largo del que Brad Pitt demuestra que es un gran actor (a pesar de que el registro de esta peli recuerde un poco al de Entrevista con el Vampiro, sobre todo al final) y en la que Cate Blanchett nos demuestra que será la Glenn Close del siglo XXI (Tómese esto en el sentido –amenazante- que se quiera). Por cierto: si el maquillaje de Brad Pitt es absolutamente increible, el de Cate Blanchett, a ratos, recuerda mucho a las máscaras de latex de Muchachada Nui –vean el flín mis lectores españoles y juzguen por sí mismos-.
Mientras veía la película, pensaba yo que El extraño caso…Es la flor perfecta de una época, la perla redonda que anuncia la decadencia de un sistema en el que las productoras cinematográficas, inundadas con una generosa cantidad de dólares, podían acometer empresas como esta: una peli de tres horas con grandes estrellas y plagada de efectos especiales. También pensaba en lo que una vez hablábamos mi primo N. y yo, a propósito de que esta crisis no es más que el epítome de la sensación de cansancio vital que sufre nuestra civilización. Viende Benjamin Button uno piensa que, de aquí a diez años, será uno carne de cine de época. Cuando Cate Blanchett y Julia Ormond van pasando lista a los últimos años del personaje de Bradd Pitt hablan de 1981 y de 1987, en el mismo tono que si hablasen de la batalla de las Termópilas y, para mí, futuro anciano, próximo anciano, 1987, 1992…Son ayer por la tarde. La vida del hombre es un espacio tan corto del que nos enorgullecemos tan injustmente…Y nosotros no rejuvenecemos, precisamente.
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