Desgracias personales

13 de Marzo.- Visiblemente airada, la locutora del programa de investigación de la WDR comentaba anoche la cadena de dejadeces que había dejado el archivo de Colonia convertido en una montaña de escombros y cachitos de incunable:
Ya lo han visto ustedes ¡Típico de Colonia! – se conoce que la mujer tenía de Colonia la misma opinión que yo- ni el alcalde, ni los empleados del metro, ni los empleados de seguridad ¡Nadie tiene la culpa! ¡Pero el agujero en el suelo tuvo que venir de algún sitio! ¿Verdad?

La pobre señora no ganaba para disgustos, porque el siguiente reportaje, que también anunció como si estuviera mala de los nervios, trataba sobre la veintena corta de asesinatos perpetrada por un adolescente majara en la localidad alemana de Wannenden. Que si lo anunció, que si no, que si qué hacían tantas armas en casa de un particular, que si adónde vamos a llegar…En fin: un cuadro de comedor.
Menos mal que antes de enfrentarnos a la santa ira de la presentadora nos relajamos con uno de los últimos trabajos de Ruth Drexel (por cierto unoa copia descarada de las pelis de Miss Marple que Margaret Rutherford protagonizó en los sesenta). Drexel murió hace días como consecuencia de un cáncer y era (ya lo dije en uno de los primeros posts de este blog) la abuela de Austria. Pelo blanco, limpio ojos azules, unas manos pensadas por Dios para hornear Kuchen.
La sorpresa es que Drexel fue durante su vida una revolucionaria de las tablas que lo mismo representaba clásicos que a Bertold Brecht, antes de que la tele la descubriera para convertirla en esa ancianita dulce que, sospecho, tenía que ver poco con la señora real. De sus declaraciones últimas se desprende que estaba la pobre hasta el dindrl de fanes y fanas, de achuchones y achuchonas, de autógrafos y autógrafas; vamos, que si hubiera tenido a mano la pistola del de Wennenden igual hubiéramos tenido que lamentar desgracias personales.
El que sí las ha tenido que lamentar ha sido el pobre Peter Alexander, rey del espectáculo alpino, voluntariamente retirado hace años. Su hija, una rubicunda pintora de cincuenta años, falleció la semana pasada en Tailandia. Alexander, un hombre que durante su vida profesional estuvo contumazmente consagrado a la alegría, parece perseguido por el mal fario. Hace tres años perdió a su esposa (su representante y cerebro comercial) y ahora a su hija. Y es que, querido lector, cantemos, bailemos o, como yo, nos dediquemos al comercio, no somos nadie.

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